sábado, 26 de octubre de 2013

Uno de los recientes casos del siglo XIX

Algo estaba sucediendo. La multitud se agolpaba en torno a un extraño artefacto que, horas antes, los miembros de la Academia de las Ciencias de París, habían situado en pleno Campo de Marte. Al parecer, casi dos meses atrás, unos conciudadanos -los hermanos Montgolfier- habían elevado un globo aerostático en Annonay y, lógicamente, la Academia quería comprobar semejante prodigio.

De hecho, aquella tarde de Agosto de 1783 el ambiente parisino ya había sido caldeado por todo tipo de discusiones sobre la naturaleza y posible éxito del invento. Y es así como, ante el asombro de todos, un globo lleno de hidrógeno se pierde a varios miles de metros de altura, para estallar y caer a unos 20 kilómetros de París.

El Hombre ya podía volar. Una de las mayores metas de nuestra civilización parecía finalmente alcanzada. No obstante, los fundamentos de la moderna aviación no se concretarían hasta el 17 de Diciembre de 1903, fecha en la que Onrille Wright se elevó en el primer aeroplano a motor del que se tenga evidencia. Los propios hermanos Wright escucharon de labios de amigos suyos, y leyeron en las páginas de los periódicos, extraños relatos que hacían referencia a desconocidas naves aéreas que, con un comportamiento inusual, aterrizaban y maniobraban de las formas más caprichosas. Unos años antes, en 1883, el astrónomo José Bonilla, del observatorio mexicano de Zacatecas, tuvo la excepcional oportunidad de contemplar el paso de más de 143 objetos no identificados por delante de su telescopio. Aquel 12 de Agosto, Bonilla se encontraba observando el Sol, cuando un desfile de objetos circulares interrumpió bruscamente su observación. La sorpresa, no obstante, no le impidió tomar su cámara fotográfica -uno de los primeros modelos existentes- que, tras acoplar a su propio telescopio, le sirvió para fotografiar esos extraños objetos. Inmediatamente después se puso en contacto con colegas suyos de otros centros astronómicos para comprobar si ellos también habían contemplado el prodigio, constatando que sólo él fue testigo de ello. De este dato, Bonilla dedujo que los objetos volaban a no más de 80.000 millas de altura, dentro de nuestra propia atmósfera, tratándose de un fenómeno local. Ahora bien, ¿quién volaba en aparatos circulares en 1883? Y, sobre todo, ¿Qué país poseía una flota de cerca de doscientas aeronaves? La consternación se apoderó de la comunidad científica. El propio Edison señalaría algunos años después que no tenía ninguna duda acerca de que las naves aéreas serán construidas con éxito en, un futuro cercano, pero es absolutamente imposible imaginar que un hombre pudiera construir una nave aérea y mantenerla en secreto.


El cielo se vuelve loco

Poco a poco, los ciudadanos del viejo y del nuevo mundo se van familiarizando, a finales del siglo XIX, con la presencia en sus cielos de extrañas naves, que identificarían ya con globos de mayor o menor tamaño. No obstante, sería el propio cielo quien pondría a prueba la capacidad de raciocinio de los humanos, cuando éste comenzó a ser el escenario de fenómenos anómalos.

Durante los años 1894, 1895 y 1896, extrañas explosiones se sucedieron en los cielos de Bélgica y Gran Bretaña, sin que nadie supiera explicar el hecho de una forma lógica. De entre todos aquellos sucesos, cabría destacar el pánico que vivieron los ciudadanos londinenses cuando, a mediodía del 15 de Noviembre de 1895, una serie de violentas explosiones en el cielo paralizaron toda la actividad de la metrópolis. Centenares de personas abandonaron sus puestos de trabajo para intentar localizar el punto de inicio del ruido. La propia policía estuvo varios días intentando dar una explicación racional al fenómeno, sin lograrlo. Un año después, un fenómeno casi idéntico, pero de mayor intensidad, se produjo sobre Madrid. El 10 de Febrero de 1896, una tremenda explosión sacudió la ciudad, rompiendo estruendosamente miles de cristales de ventanas, puertas y escaparates. Un muro del edificio ocupado por la embajada norteamericana se vino abajo, y los madrileños, en su precipitada huida, llegaron a provocar desagradables incidentes que arrojaron un saldo de varias decenas de heridos. Durante cinco horas y media una extraña nube luminosa flotó sobre Madrid, mientras de ella se desprendían algunas piedras...

Poco podían imaginarse los madrileños que, meses después de tan inexplicable explosión, los cielos de Canadá y Estados Unidos se verían literalmente invadidos de extrañas aeronaves que se saltaban todas las leyes y avances humanos en aviación hasta el momento.

Mientras todo el mundo admitía como lógica la presencia de globos en sus cielos, estas aeronaves se presentaban como ingenios mecánicos, propulsados por algún tipo de energía que inicialmente se desconocía. Sus grandes velocidades, y después su extraño comportamiento, llevó a muchos a recelar de los testigos de tales hechos. Entre Marzo de 1896 y Mayo de 1897, este tipo de presencias conmociona a la prensa norteamericana. Más de tres mil recortes de periódico, de más de tres docenas de rotativos distintos, conforman un voluminoso dossier que presenta evidencias para lo increíble.

Así, el 1 de Julio de 1896, ciudadanos de Winnipeg, en Canadá, ven estupefactos cómo un objeto esférico de color negro cruza por encima de la ciudad. Meses antes, ciudadanos de Texas pudieron contemplar en Atlanta cómo un objeto con alas descendía hacia la ciudad, hasta el punto de cubrir con su sombra a algunos de los testigos que se hallaban en la calle en esa tarde de finales de Abril. Un año después, el 1 de Abril de 1897, ciudadanos de Galesburg (Michigan) contemplaron una de estas naves aéreas. La describieron como una luz brillante en la que se entreveía un cuerpo principal. De ella emanaban unos sonidos que probablemente pertenecerían a su motor, así como al ruido de voces humanas. Al día siguiente, en Chicago, unos pocos ciudadanos subieron a la azotea de un edificio para poder contemplar con claridad un extraño objeto volador que parecía tener aletas en cada extremo de un cuerpo cilíndrico central y un farol en la parte delantera. Ese mismo objeto -o uno de similares características- fue visto el 19 de Abril en Sisterville (West Virginia) con relampagueantes luces de colores.

Diariamente, durante la primera mitad de 1897, los periódicos más importantes de los EEUU publicaron noticias referentes a las naves aéreas. La impotencia por saber de qué se trataba hacía aumentar el escepticismo de quien no las había visto pero, curiosamente, cada vez eran los menos los que estaban en esa situación.


¡Aterrizan!

La mañana había amanecido clara en Linn Grove (Iowa). De repente, aquel cielo cristalino se vio surcado por un inmenso aparato con cuatro alas gigantes, que batían el aire pesadamente. Los testigos, en su mayoría hombres que acudían al trabajo, quedan petrificados ante su visión, y sólo cinco de ellos (F. G. Ellis, James Evans, David Evans, Joe Croaskey y Benjamin Buland) abandonan a sus vecinos y corren tras la nave. A apenas unos 7 kilómetros de la ciudad ven el tremendo objeto posado en el suelo. Los cinco hombres se aproximaron al artefacto con toda cautela, pero, cuando estaban a unos 700 metros de su objetivo, el enorme aparato desplegó sus cuatro alas y se elevó en dirección norte. Dentro de la nave pudieron distinguir a dos extraños personajes con largos cabellos. Igual de sorprendidos quedaron los fieles de la parroquia de Merkel (Texas) cuando el 25 de Abril por la tarde, al salir de la iglesia, observaron una nave aérea enganchada por una cuerda a un riel del ferrocarril. El objeto se hallaba considerablemente alto, pero sus detalles estructurales eran perfectamente visibles. De hecho, antes de que nadie se atreviese a reaccionar, un hombre descendió por la cuerda, la cortó, y volvió a subir al aparato, que se desplazó hacia el noroeste.

Comienzan entonces a publicarse en la prensa noticias que hacen referencia a extraños seres, aparentemente japoneses, que serían los pilotos de las aeronaves desconocidas. No obstante, nadie pensó en ellos cuando el Evening Press de Michigan difundió, el 11 de Abril de 1897, cómo numerosas personas vieron sobre el Lago Negro una enorme nave aérea que ofreció a los testigos todo un espectáculo de luces y movimientos en zig-zag, mientras una extraña criatura de cuatro patas corría hacia el objeto para introducirse en él. "Ese terrible animal -publicó después el Weekly Mirror - que ha hecho sus apariciones cerca del Lago Pine y Edwardsburg el pasado año, ha vuelto en la última parte de la semana”. Para algunos modernos investigadores de este tipo de hechos, como Lucius Farish o Jerome Clark, resulta especialmente significativo comprobar cómo muchos de estos aterrizajes obedecen a averías de las propias naves aéreas. Este tipo de hechos rayarán en muchas ocasiones en lo absurdo, como sucedió en Rockland (Texas) el 22 de Abril. Ese día, uno de los perros de John M. Barclay comienza a ladrar furiosamente, haciendo que su dueño salga de la casa algo contrariado. Un sonido agudo penetró por sus oídos nada más salir a la calle, y allí vio un objeto extraño a unos cinco metros del suelo, describiendo círculos. Era alargado, con protuberancias y luces oscilantes que se extinguieron cuando aterrizó. Barclay se encontró entonces frente al tripulante de la nave, quien le tendió un billete de 10 dólares para que le fuese a comprar trozos de chatarra con los que reparar su nave. Tras hacerlo, volvió a ascender para desaparecer "con la velocidad de una bala salida de un fusil".

Una semana antes, C. L Mollhany -un respetado granjero de Stephenville (Texas)- entró gritando en la redacción del periódico The Dallas News... "¡La he encontrado! ¡He encontrado la nave aérea sobre la que ha estado hablando todo el mundo! No es broma -decía con nerviosismo, casi llorando-. Descubrí la nave sobre el suelo esta mañana temprano. Llevaba dos hombres, un ingeniero y un piloto. Se han visto obligados a aterrizar para reparar el motor..." Al parecer, aquel día varias personas destacadas (incluyendo jueces y militares) observaron una nave en forma de puro con unas alas inmensas, propulsadas por una rueda cada una. El objeto se convulsionaba en el aire en medio de un gran estruendo, hasta que sus tripulantes decidieron por fin descender. De ella salieron dos hombres que se identificaron como S. E. Tilman y A. E. Dolbear y manifestaron estar realizando un vuelo experimental siguiendo las órdenes de una multinacional neoyorquina que financiaba el proyecto. Tras reparar su nave, dieron las gracias a los vecinos de Stephenville por su ayuda y desaparecieron. El absurdo de este tipo de apariciones llegó a su máxima expresión en la mañana de ese mismo día, cuando el señor C. T. Smith, a las 6,15 de la mañana, tropezó con un extraño sobre que estaba en la cuneta del camino que le conducía al trabajo. En la parte frontal del sobre se leía "De los viajeros de la nave aérea" y en su interior había un trozo de papel unido a un alambre y a una especie de abrebotellas. En él se leía: "A quienquiera que lo encuentre. A 2500 pies sobre el nivel del mar, dirigiendo esta nota al norte, probando la nave aérea, nos tememos que estamos perdidos. Somos incapaces de controlar nuestra máquina. Por favor, comuníquelo a nuestra gente. Creemos estar sobre Michigan."

El mensaje estaba firmado por tres personas con apellidos norteamericanos, pero sin dar ninguna referencia más.


Hablan los tripulantes

Unas horas después del incidente de Stephenville, y en la ciudad de Waxahachie, el juez Lowe y un amigo se encontraban pescando en las cercanías de la población. De improviso, se percataron de la presencia de unos pequeños hombres que se hallaban descansando sobre una extraña aeronave. Los dos amigos, sorprendidos, se acercaron a los ocupantes. "Es ésta la famosa nave aérea" -preguntó el juez-. "Si ésta es una de ellas, ¿Quieren ustedes examinarla?" La nave tenía forma de cilindro, con tres pares de alas mecánicas, y en su interior escondía toda una compleja maquinaria, gracias a la cual aquel aparato se desplazaba.

Resultaba difícil creer que aquella estructura metálica, que contenía cocina, salón y literas, con un peso de varias toneladas, pudiera elevarse por los aires. De hecho, al ser cuestionados por el juez, los tripulantes de la nave reconocieron venir del Polo Norte, donde habitaban en una franja de tierra caliente, utilizando el hidrógeno del agua que sacaban de los icebergs para producir fuel y luz. También, según el relato del juez, aquellas personas le revelaron que a primeros de 1897 la Sociedad Histórica del Polo Norte (Sic) decidió mandar las naves aéreas a Estados Unidos y a Europa. Lo que ignoraba por completo el juez era que, la noche anterior, el señor C. G. Williams, de Greenville, tuvo un encuentro con una nave de idénticas características, y tuvo la oportunidad de hablar con uno de sus ocupantes, quien finalmente le confesó la fuerza motriz que elevaba sus naves: "Electricidad -le dijo su interlocutor, de aspecto perfectamente humano-. Son máquinas eléctricas las que producen el poder locomotriz y las luces. Cuando están funcionando, el viento mueve la gran rueda delantera, manteniendo la nave en el aire, y produciendo la poca electricidad requerida Ahora, joven -dijo, mirando muy seriamente a Williams- no puedo decirle nada más".

Ante este cúmulo de hechos, y excepto para los que no creían en absoluto en los relatos relacionados con las misteriosas naves aéreas, no cabía ninguna duda para sospechar que sus tripulantes e inventores eran ciudadanos americanos. No obstante, y como veremos más adelante, esta posición resulta insostenible ya que ningún inventor convencional dejaría de patentar y comercializar semejante invento, teniendo en cuenta los beneficios y su prestigio personal de cara a la Historia. Sin embargo, tampoco es posible enmarcar estos hechos dentro del fenómeno que habitualmente se acepta con relación a los OVNIs. Si se tratase de ingenios espaciales, sus formas no serían tan similares a las de la tecnología de la propia época en que aparecen. Algunos ufólogos norteamericanos creen que los tripulantes de las naves aéreas son parte de un colosal engaño, en el que se mezclaría verdad con mentira.


Extraños raptos

El 19 de Abril se produjo uno de los hechos más significativos de todo el período de aparición de las naves aéreas. Aquel día, el señor Alexander Hamilton conmocionó Kansas con el relato de su encuentro con una nave desconocida. El viejo colono no reparó en adjetivos al describir su alucinante experiencia: "El pasado lunes por la noche -declaró a la prensa local-, sobre las diez, estábamos despiertos por culpa del ruido del ganado. Me levanté pensando que quizá mi bulldog estaba haciendo alguna travesura, pero una vez estuve en la puerta vi, para mi sorpresa, una nave aérea descendiendo lentamente sobre una de mis vacas a unas decenas de metros de la casa.”

“Llamé a Gid Heslip -continuó el viejo Hamilton-, mi inquilino, y a mi hijo Wall. Cogimos algunas hachas y corrimos hacia el corral. Mientras tanto, la nave había descendido hasta no más de 30 pies del suelo, y nosotros estábamos a unas 50 yardas de allí. Era como un cigarro de 300 pies de largo y con una especie de cabina por debajo". Al parecer, el asustado Hamilton y sus dos acompañantes pudieron contemplar cómo aquel objeto rastreaba el terreno con un potente foco, mientras a través de los paneles de cristal de la cabina podían contemplar a dos hombres, dos mujeres y dos niños en su interior.

En determinado momento, los ocupantes de la nave se percataron de la presencia del granjero, elevándose velozmente y llevándose con ellos una vaca. Al día siguiente, Lank Thomas, granjero que vivía a tres millas del rancho de los Hamilton encontró la piel, las patas y la cabeza del animal. "No sé si son demonios o ángeles -declaró Hamilton con posterioridad-, pero todos lo vimos y toda mi familia vio la nave, y no queremos tener nada que ver con ellos".

Hasta tal punto causó conmoción el relato del viejo colono, que un grupo de vecinos de Le Roy -donde él residía- decidieron redactar un documento, declarando bajo juramento el talante nada imaginativo y la seriedad que les merecía el testigo.

No es éste, sin embargo, el único relato de abducción -por denominarlo de algún modo- que ha llegado hasta nosotros desde esa fecha. Diez días después tan solo del incidente de Le Roy, sobre la ciudad de Hamilton descendía progresivamente un objeto alargado, que terminó por posarse sobre un puente. Personas que vivían en la zona del aterrizaje salieron alarmadas a la calle al oír sonidos de música y de gente hablando alto que provenían de la nave. El objeto permaneció allí por espacio de más de una hora y, unos instantes antes de elevarse, un gancho atrapó a uno de los atónitos vecinos, introduciéndolo en la aeronave. Al día siguiente, el desaparecido regresó en tren desde la distante localidad de White Cloud. Robert Hibbards, que así se llamaba el testigo, relató que los tripulantes de la nave le estuvieron hablando durante el camino sobre conceptos generales de navegación aérea.

Igualmente es difícil admitir la historia de un granjero de Iowa que se vio sorprendido repentinamente por una nave aérea, que sobrevolaba su finca con un ancla colgada de una cuerda. Al parecer, el ancla se enganchó en los pantalones del testigo, elevándolo a más de dos metros del suelo, pudiendo liberarse cuando el testigo se quitó en vuelo sus pantalones.


Otro acierto de Julio Verne

La importancia sociológica de este tipo de acontecimientos es considerable. Dejando a un lado el interés que pudo tener este tipo de avistamientos para los periódicos locales y nacionales, y olvidándonos del interés y la expectación provocados por estas visiones, lo cierto es que novelistas como H. G. Wells tuvieron en estos acontecimientos su fuente de inspiración. Wells publicó en 1897 “La Guerra de los Mundos”, que narra la invasión de los marcianos a nuestro planeta.

Mucho más interesante, no obstante, es ver cómo Verne, desde Francia, se anticipó con alguna de sus obras a esta oleada. En 1886, Julio Verne publicará su novela “Robur, el Conquistador”, en la que un ambicioso personaje pretendería hacerse con el control del planeta utilizando curiosas naves aéreas con hélices, anclas en forma cilíndrica, semejantes en todo a las naves que sólo diez años después se presentarían en los cielos norteamericanos. Hasta tal punto esta obra es de anticipación que en los grabados de la edición francesa del libro se ve el diseño de la Albatros, idéntica a algunos bocetos publicados por periódicos norteamericanos después.

En un pasaje de la obra leemos de los labios de Robur: " Mi máquina no será nunca francesa, ni alemana, ni austriaca, ni rusa, ni inglesa, ni americana... El invento me pertenece y lo utilizaré como me plazca. Con él, yo tendré el control del mundo entero es inútil que la Humanidad se me resista bajo ninguna circunstancia; jamás".

Un año después de la muerte de Verne, su editor publicará una nueva obra, “El dueño del mundo”, en donde las naves aéreas vuelven a jugar un importante papel.


No es posible

Si consideramos globalmente todas las cartas de la baraja que hasta ahora hemos puesto sobre el tapete, veremos -muy probablemente- que, tanto el interés de los novelistas, como las noticias de los periódicos, recogen sólo una mínima parte de lo que realmente estuvo sucediendo. El cubrir el orgullo y la credibilidad de ataques de los incrédulos era una de las preocupaciones más acuciantes de los norteamericanos del momento, y ello sin contar con lo realmente absurdos que resultaban algunos de los incidentes.

Por otra parte, la existencia de naves aéreas con capacidades de vuelo y maniobrabilidad como las descritas requerían enormes avances en tecnología, avances que de haberse logrado no hubieran pasado desapercibidos. Sin embargo, todavía quedan puntos por tratar: aeronaves que se estrellan, el cadáver de un piloto de una nave aérea que es enterrado en un pequeño pueblo norteamericano o las visitas de estas aeronaves, años después, a Europa.

La exposición de maquinaria de Saint Louis estaba aquella primavera de 1897 especialmente concurrida. Se había extendido la voz por todos los Estados de la Unión de que a ella acudiría, por fin, el inventor de la nave aérea que había estado desconcertando durante más de un año a los ciudadanos norteamericanos. Y efectivamente, en medio del tumulto, una especie de bicicleta con alas se elevaba pausadamente. El motor era el propio inventor, el profesor Arthur Barnard, quien, a los pocos minutos de pedalear cansinamente sin elevarse más que un par de metros, descendió completamente agotado... No, aquélla no podía ser la maravillosa nave aérea.


Como caídos del cielo

Sin embargo, aquella primavera no defraudaría a los enfervorizados seguidores de noticias insólitas. En la segunda mitad del mes de Abril se registraron los sucesos más extraños de todo el periodo. Explosiones en el cielo, naves aéreas estallando en mil pedazos sobre las cabezas de los testigos, y diálogos cada vez más prolongados con sus ocupantes, crearían toda una atmósfera de expectación.

En esas fechas, sobre la localidad de Kalamazoo, George W. Somers y William Chadburn relataron a la prensa un suceso asombroso. Al parecer vieron pasar sobre sus cabezas una de aquellas misteriosas aeronaves cruzando el cielo a toda velocidad.

Tras perderse por detrás de una hilera de árboles, los testigos escucharon una violenta explosión y vieron decenas de fragmentos cruzando el aire. No fue de extrañar que después del ruidoso estruendo vecinos de Scotts, localidad situada a dos millas del lugar de los hechos, encontrasen una bobina de pesado alambre y una especie de lámina de hélice prácticamente fundida. ¿Fragmentos de una de aquellas aeronaves? Nadie se atrevió a responder.

Cuando los Parks acudieron al día siguiente al lugar donde presuntamente había quedado enterrado aquel objeto, y tras realizar un pequeño agujero, encontraron algo espectacular. Una especie de gigantesca rueda de aluminio aparecía encajada en algo similar a una turbina. "Es la primera vez -comentaría después el señor Parks- que oigo hablar de un meteorito que tiene ruedas"


El accidente de Aurora

"¡Extra!,¡Extra!" gritaban en Texas los repartidores del Dallas Morning News aquel 19 de Abril. "¡En Aurora se ha estrellado una nave aérea!" Esa mañana los habitantes de todo el Estado de Texas se sorprendieron con un alucinante relato de E.E. Hayden que ponía al corriente a sus lectores sobre el indicado incidente.

Al parecer, días atrás, y sobre las seis y media de la mañana, los vecinos de la pequeña localidad de Aurora contemplaron un extraño aparato cilíndrico y alargado que, despidiendo destellos luminosos, perdía altura poco a poco. Tras cruzar toda la población en dirección norte, El objeto descendió bruscamente, estrellándose contra un molino propiedad del juez Proctor. Al espantoso ruido le siguió una bola incandescente -según los testigos- que permaneció durante varios minutos en el lugar del siniestro. Algo terrible acababa de suceder allí.

Cuando llegaron los primeros vecinos al lugar del suceso, se encontraron frente a un panorama desolador. El molino del juez Proctor había sido completamente destruido, y centenares de fragmentos metálicos estaban esparcidos en varias decenas de metros alrededor de la masa negruzca que parecía ser el cuerpo central de la nave. Los lugareños también hallaron el cadáver del tripulante de aquel objeto. "El piloto de la misteriosa nave - publicaría el Dallas Morning News - era el único tripulante de a bordo. Aun cuando sus restos están muy desfigurados, queda lo suficiente para comprobar que no es de este mundo".

Junto al cuerpo, los vecinos de Aurora encontraron unos papeles escritos con jeroglíficos indescifrables, lo que hizo suponer al articulista que se trataba de una nave que había llegado desde Marte. "En mi opinión –escribió sobre el piloto- esa cosa es un extraterrestre. Me atrevería a afirmar que del planeta Marte, teniendo en cuenta la proximidad de este planeta con la Tierra en estos momentos".

El interés desatado por este incidente movilizó a toda la población, que se dividió en grupos de trabajo. Unos recogían cuantos fragmentos podían de la aeronave siniestrada, y otros se ocupaban de embalsamar el cadáver y preparar su funeral. De hecho, al día siguiente del suceso se procedió a enterrar al tripulante de la aeronave en el mismo cementerio de Aurora. Sin embargo, quienes sí lo hicieron fueron los señores Parks, quienes tan sólo un par de días después, observaron cómo sobre su granja evolucionaba pesadamente una de 48 aquellas naves aéreas.

De sus costados salía una humareda tan abundante que les hizo temer lo peor. Aquel objeto parecía que iba a estrellarse sobre su propiedad. Pero sólo se desprendió de él una masa brillante que acabó por enterrarse en el suelo.

Casi ochenta años después del desarrollo de estos acontecimientos, Mary Evans, una anciana del lugar de 91 años de edad, recordaba aún aquello. "Ese incidente -confesó a los investigadores- causó mucha conmoción. Fue años atrás, cuando todavía no teníamos aviones. Yo tenía solamente quince años por entonces, y habrá olvidado el asunto hasta que recientemente apareció en la prensa. Estábamos viviendo aquí, en Aurora, pero mis padres no me dejaron ir cuando fueron a ver qué pasó en el molino del juez Proctor. Cuando regresaron, me contaron que la nave aérea había estallado. El piloto estaba desfigurado y murió en el choque. Los hombres del pueblo que recogieron sus restos dijeron que era un hombre pequeño, enterrándolo en el cementerio de Aurora ese mismo día..."


Desenterremos al extraterrestre

A finales de los años 70, un grupo de investigación ufológica de Oklahoma, el International UFO Bureau (IUFO), se acercó al lugar de los hechos para verificar la historia. Ya en los años anteriores, y en medios especializados, se había desatado una cruda polémica en torno al incidente de Aurora, creyendo que todo se trataba de un fraude del periodista que dio la noticia. Al parecer, Hayden no era sino un vendedor de algodón de la zona, y pudo haberse inventado la historia con tal de atraer la atención nacional sobre la población, cosa que, desde luego, consiguió. Inmediatamente después de la difusión de la noticia por diversos periódicos estatales, toda una multitud se acercó a Aurora para poder llevarse consigo algún fragmento de la misteriosa aeronave.

Afortunadamente, algunos de aquellos restos llegaron a manos de científicos locales de la época -como el doctor David Redden-, quien declaró tras el análisis de algunos fragmentos: "Tres de las muestras tienen propiedades y contenido comunes de metales de esta zona, pero una de ellas requiere mucha más investigación". También resultaron en su día de utilidad las precisiones del reconocido astrónomo T. J. Weems que, encontrándose en las proximidades de Aurora en los días del suceso, acudió a observar el prodigio. Al ver el cuerpo del piloto declaró: "no se trata de un habitante de este mundo".

No obstante, tanto el IUFO como un equipo de investigación del Mutual for UFO Network (MUFON) estaban de acuerdo en que "si los resultados del análisis de los fragmentos que poseemos indicasen al menos que uno de los metales es considerado definitivamente inusual por los científicos, tendíamos entonces la evidencia científica en que podríamos basarnos para pedir la exhumación del piloto de la aeronave".

Parece ser que aquella evidencia nunca llegó, ya que aún hoy los permisos para poder proceder a la exhumación del cadáver han sido denegados. En el cementerio de Aurora existe una lápida sin inscripción que se supone indica el lugar donde podría estar enterrado un extraterrestre. Sólo el tiempo dará o no la razón a esta inquietante sospecha.


La historia del capitán Hooton

El mes pasado veíamos cómo algunas personas llegaron incluso a dialogar con los ocupantes de las naves aéreas. Entre aquellos contactados del siglo pasado nos encontramos con valiosísimos testimonios de hombres cuya credibilidad podría estar fuera de toda duda. Son testimonios de alto interés descriptivo que nos acercan hacia pintorescas desconocidas aeronaves que, por su profusión en los años 1896 y 1897, resultan hoy un verdadero enigma histórico.

Así empezó una larga conversación, que iría desde cuál era el origen de la tripulación hasta cuál sería la ruta a seguir. Parecía que los tripulantes se mostraban reacios a contestar las preguntas del testigo. "Perdone señor -dijo Hooton-, el ruido de su nave se parece bastante al de un freno de aire Westinghouse. Quizá lo sea, amigo mío -contestó su interlocutor- estamos usando aire comprimido y aeroplanos. Pero ya sabrá más, más adelante".

Con toda naturalidad y sin previo aviso, la tripulación subió a la nave aérea, que comenzó a ganar altura mientras soltaba aire a presión a través de una especie de ruedas. Horas después, testigos de Chicago declararon haber visto un objeto idéntico al descrito por Hooton.


Un ex senador contacta

La tarde del 22 de Abril de 1897 el ex - senador W. Harris se hallaba descansando en la ciudad de Harrisburg -no muy lejos del lugar de encuentro del capitán Hooton- cuando un ruido extraño que venía del cielo le sorprendió. Tomó sus binoculares y, a través de ellos, contempló un extraño objeto suspendido en el aire, que inmediatamente identificó como la popular nave aérea. El objeto, para sorpresa del ex-senador, descendió tanto que pronto no necesitó usar sus binoculares para observarla con toda claridad. Descendió gradualmente hasta el lugar donde se encontraba nuestro testigo.

No tardó en distinguir a cinco hombres encima de la nave, comandados por un anciano de largas barbas, que se mostró algo contrariado por encontrar allí a alguien, justo en el lugar de su descenso. No obstante, y tomando la palabra, se dirigió a nuestro sorprendido protagonista.

"Bien -dijo tras beber algo de agua- usted parece ser un hombre inteligente, y si promete no revelar mi secreto de algún modo que pueda perjudicarme, le contaré toda la historia, a excepción de sus últimas consecuencias".

El anciano hizo referencia a un excéntrico científico que publicó en 1871, en el St Louis Times, un ensayo sobre las leyes de la gravitación, hoy completamente obsoletas. Tras sus afirmaciones, y arrinconado por la opinión científica, se recluyó en la sombra, construyendo la nave aérea que ahora dirigía. El anciano era el depositario del invento de aquel científico, que era su tío. El se preocupó de mejorar la nave original, y ahora tenía el firme propósito de viajar hasta Marte, “pero antes -confesó- pondré la nave aérea al servicio público". Otro de sus proyectos consistía en cargar más de diez toneladas de municiones y cuatro de armamento para expulsar definitivamente a los españoles de Cuba.

El insólito descendiente del inventor ofreció al testigo la posibilidad de subir a la nave, pero éste declinó amablemente la oferta.


Oportunismo

Si algo desencajaba los esquemas de todo norteamericano medianamente lógico era el hecho de que nadie se hubiese atribuido aún la paternidad del invento. Porque una cosa parecía clara: el asunto era cuestión de un inventor excéntrico... ¿Pero quién?

Aprovechando esa falta de patentes, las oficinas de este tipo de servicio recibieron numerosas visitas de personas que se atribuían la invención de la aeronave, presentando originalísimos proyectos. Así, a finales de 1896, George D. Collins, abogado, declaró que su cliente E. H. Aluminium Benjamin era el inventor que había estado trabajando sobre la nave aérea durante siete años. Collins describió también algunos de los vuelos de la nave, y declaró que muchas de sus partes estaban manufacturadas en el este de los Estados Unidos, perteneciendo a una supuesta compañía de navegación aérea.

El 10 de Abril de 1897, justo después del paso de una aeronave desconocida sobre Chicago, Max L. Harmor declaró a la prensa que él ya estaba esperando a aquella nave aérea, que salió de San Francisco semanas atrás, y que pertenecía a su compañía, la Chicago Aeronautical Association. No faltaron tampoco quienes explicaron todos estos hechos como el paso del planeta Venus, aunque testigos de una aeronave en Kansas contestaron contundentemente a ello diciendo que Venus no hace movimientos esquivos y no vuela a ras del horizonte rápidamente, ni cambia súbitamente de dirección, elevándose hasta perderse en el cielo sureño.

Toda explicación dada para solucionar el enigma planteado chocaba con el desesperante muro del absurdo. La irritación de la opinión pública y de algunos investigadores modernos llegó al límite cuando, el 11 de Julio de 1897, el piloto sueco Salmón A. Andree se elevó con su globo en un intento de vuelo al Polo Norte. En ese período, muchas personas identificaron el paso del globo de Andree... ¡Por lugares muy distanciados al de su recorrido original!

La década increíble -como definió Morris K.Jessup al período comprendido entre 1887 y 1897- estaba a punto de finalizar. Las enigmáticas naves aéreas estaban desapareciendo para dar lugar a otro tipo de fenómenos insólitos en el firmamento. Así, justo al final de la oleada de aeronaves, el 26 de Marzo de 1897, el Post de Michigan publicaba la siguiente noticia: "Una hermosa bola de fuego fue vista entre las nubes de esta localidad. Durante un corto espacio de tiempo estuvo en el cielo brillando mucho para luego desaparecer. La vimos durante una hora". Una semana después, el Grand Traverse Herald publicó: "Otra gran bola de fuego ha sido vista en las nubes, cerca de Holland, la pasada noche. Un rato era brillante, al siguiente se apagaba como cubierta por un velo. Durante alrededor de una hora".

Las bolas de fuego sustituirían en los meses siguientes la actividad de las naves aéreas. Pero éstas no desaparecieron totalmente. En los años iniciales de nuestro siglo, el fenómeno comenzó a trasladarse a Europa.


Naves aéreas sobre nosotros

Mientras el número de avistamientos de naves aéreas había descendido a límites insospechados en los Estados de la Unión, este tipo de apariciones comenzaba a azotar toda Europa. Ya en 1903, y según un catálogo elaborado recientemente por Nigel Watson, durante las noches del 19 y el 26 de Julio fue vista una misteriosa luz roja evolucionando sobre París. Sólo dos años después, en España, una extraña mujer sin alas sobrevoló algunas de nuestras poblaciones durante todo el mes de Junio. Al parecer, más de 240 personas vieron en una de aquellas ocasiones como una especie de ángel sin alas que volaba contra el viento. Una testigo declaró haber oído "una canción angelical" que provenía de la figura.

La noticia saltó fuera de nuestras fronteras debido a que dos británicos también fueron testigos de tan insólita aparición, llegando incluso a organizar una pequeña expedición al lugar donde ellos creían que había descendido la figura. Sus resultados fueron desalentadores.

Además, para añadir más misterio al asunto, todas las apariciones se produjeron a plena luz del día. Sin embargo, de los hechos post-oleada ocurridos en territorio europeo, cabría destacar la intensidad de apariciones de naves aéreas sobre Dinamarca en 1908. De todos los casos recogidos por los investigadores, resulta especialmente significativo el aumento de avistamientos en los meses de Junio y Julio. El más inquietante de todos ellos fue el presenciado el 30 de Junio por el señor ßye-Jörgensen. El mismo día en que un objeto no identificado se estrellaba en la Tunguska siberiana, produciendo una explosión de efectos comparables a treinta veces los de la bomba de Hiroshima y planteando así uno de los más conocidos enigmas del mundo moderno, Jörgensen contempló sobre las diez de la noche un objeto en forma de pájaro. Tras observarlo detenidamente con sus anteojos, vio que se trataba de una máquina alargada que se encontraba a unos 30 kilómetros de altura y que se desplazaba en contra del viento.

Por otra parte, pocos días más tarde, un industrial de Nibe llamado Wilroe declaró a la prensa: "Eran las 22:25 horas; estaba sentado, mirando por mi ventana sobre Oland, entre Höjskoven y Osterby, un gran objeto en forma de águila Más tarde, a través de mis prismáticos pude verle dos alas, pero en diez minutos aquello desapareció. Tres miembros más de mi familia también lo vieron".

De hecho, tan pronto como estos objetos desaparecieron de los cielos de Dinamarca, ciudadanos de Gran Bretaña y de Nueva Zelanda comenzaron también a verlos al año siguiente. Aquellos precursores de los actuales OVNIS se volverían a ver ya durante los siguientes años, recibiendo distintos nombres según el lugar donde fueran vistos.


Sin conclusiones

Coincidiendo con el período de máximo adelanto de la especie humana, hombres de los cinco continentes declaran ver sobre sus cabezas aeronaves que no pueden identificar. Hoy en día este fenómeno es en parte explicable, debido a los múltiples objetos aéreos que pueden dar lugar a confusiones. Sin embargo, si este fenómeno se produce en el siglo pasado, y presenta ya muchas de las características del actual fenómeno OVNI -incluyendo la fenomenología contactista y de abducción- tendremos que pensar que alguien tal vez esté vigilándonos desde el aire.


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