sábado, 26 de octubre de 2013

La marca de los DIOSES


El hecho de aceptar la hipótesis de visitas extraterrestres en un pasado lejano abre un amplio abanico de posibilidades de cómo  pudieron desarrollarse los acontecimientos a su llegada. Entre esas posibilidades, podríamos destacar que en algún momento dichos visitantes pudieron interferir premeditadamente en la evolución de nuestros antepasados. Hagamos un poco de prehistoria: el primer homínido, conocido con el nombre  Australopithecus (4 millones de años aproximadamente), dio lugar al Homo habilis (2,5 millones de años)  el primer espécimen del género Homo, al que pertenecemos los seres humanos modernos, los Homo sapiens sapiens. En algún punto de esta evolución de cuatro millones de años, es posible que alguno de nuestros ancestros haya podido ser manipulado genéticamente para servir a los propósitos de estos antiguos viajeros.

Todos los seres humanos formamos parte sin excepción de la especie Homo sapiens sapiens, existiendo a su vez distinta familias o razas  divididas inicialmente en cuatro grandes grupos: negroide, caucasoide, australoide y mongoloide, diferenciadas desde la prehistoria por diferentes motivos como podrían ser la climatología o la alimentación propicia de su área geográfica. En cualquier caso todos los genetistas inician el periplo de nuestra especie hace unos 143.000 años aproximadamente, basados en los estudios de una hembra Homo de procedencia africana, conocida popularmente como la “Eva mitocondrial”. De ella descenderíamos todos los individuos de las cuatro familias o razas citadas anteriormente, como sugiere la comparación del ADN mitocondrial de distintas razas y regiones que señalan claramente que todas las secuencias de este ADN tienen la misma envoltura molecular que la “Eva” africana. Las mitocondrias son unos elementos celulares que sólo pasan de la madre a las hijas, de la misma forma que el “cromosoma Y” sólo se transmite de varón padre a varón hijo. Y he aquí un gran punto de confrontación en la comunidad científica, pues también existe un “Adán cromosoma Y” de origen africano que a pesar de que asimismo prueba de manera irrefutable que todos descendemos de él, no coincide en el tiempo con “su Eva”. Para “ella” se ha estimado una antigüedad  aproximada de 143.000 años, mientras que a su supuesto “Adán” se le estima su existencia hace unos 59.000 años. Mucho tiempo de diferencia sin duda para que tan singular parejita  a la vez, se proclamaran como nuestros primeros abuelos.


No hay un punto de acuerdo, pero algunos investigadores como el profesor Peter Oefner de la Universidad de Stanford justifican esta contradicción de la siguiente manera:

“…Hace 59.000 años, un solo cromosoma Y empezó a predominar. Todavía podemos verlo en algunos de los actuales habitantes de Sudán y Etiopía. Todos los demás cromosomas Y que venían de los tiempos de Eva, 84.000 años antes, se acabaron perdiendo. La razón de esto podría ser la selección sexual, es decir, que las mujeres preferían sistemáticamente a un tipo de hombres que tendían a llevar el nuevo cromosoma. O quizá esos hombres tenían alguna ventaja selectiva en la caza o en la lucha…”

Dicho de otra manera, en algún momento y por razones desconocidas una mutación dotó a un tipo particular de macho de la especie Homo Sapiens, de una aureola a mitad de camino entre la sensualidad de Rodolfo Valentino y las manitas de Mac Gyver, que encandiló a todas las hembras hasta el punto de poner de “patitas en la calle” a los que habían sido hasta el momento sus vetustos, primitivos y peor dotados compañeros, condenándoles cruelmente a una abstinencia sexual de por vida, y demostrando hasta el día de hoy quién lleva realmente los pantalones en la cueva, perdón, digo… casa.

Si no fuera así, ¿tuvo algo que ver en ese desencuentro entre “Adán y Eva” la posibilidad que barajábamos inicialmente de una hipotética intervención extraterrestre?

Según los paleontólogos y genetistas, hace unos 70.000 años los descendientes primero de “Eva”  y después de “Adán” emigraron rumbo a Asia y Oriente Medio desde las tierras de África, para posteriormente dirigirse hacia Europa  y América del Norte, saltando de Siberia a Alaska, para proseguir hacia el sur y completar el dominio de todo el continente americano.

¿70.000 años es tiempo suficiente según la teoría evolucionista para conformar todas las diferencias físicas existentes entre las diferentes familias o razas de la especie Homo sapiens sapiens? ¿Cabe la posibilidad de una manipulación genética para diferenciar o acentuar determinadas características físicas y hacerlas más distinguibles las unas de las otras?

¿Por qué crearon los dioses al hombre según todas las tradiciones de la antigüedad?


“…Tomó, pues, Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase…” (Génesis 2:15)

"…Yo he creado al genio y a la humanidad sólo para que me adoren…" (Corán 51:56)

“…Engendraré un primitivo humilde; -hombre- será su nombre. Crearé un trabajador primitivo; él se hará cargo del servicio de los dioses, para que ellos puedan estar cómodos…”  (Epopeya de la Creación – antigua sumeria)

“… ¡Ya se acercan el amanecer y la aurora; hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Así, pues, probemos a hacer unos seres obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron…” (Popol Vuh –  tradición maya sobre la creación del hombre)

Repasando estas citas de antiguos libros sagrados de diferentes culturas, el origen y la causa principal de que los dioses crearan al hombre fue pura y simplemente por conveniencia e interés. Nuestro único propósito no fue otro más que la necesidad de poseer unos meros operarios serviles y obedientes al servicio exclusivo de las supuestas divinidades y con derecho sobre sus bienes y destinos. Este sentido de la propiedad y exclusividad que los dioses tenían sobre el conjunto de la humanidad, ¿no les llevaría a diferenciar físicamente a unos humanos de otros como nosotros marcamos el ganado con algún tipo de señal o marca?

Los mandamientos y preceptos de todas las antiguas religiones siempre condenaron el mestizaje entre personas de distintas etnias y religiones por ser un acto impuro, constituyendo no pocas veces un castigo que costaba la vida. Era una violación de las órdenes de su dueño y señor, su dios, porque entre otras cosas eran “su” pueblo elegido. ¿Genética y religión pudieron ser la marca que los dioses impusieron a sus rebaños humanos?

No puedo por menos que recordar la figura de un investigador español, tachado la mayoría de las veces de radical e histriónico a la hora de tratar el origen de las religiones y la relación de los humanos con sus dioses. Me refiero al ex-jesuita Salvador Freixedo que siempre ha denunciado públicamente el papel de estos mismos “dioses”, que nada tienen que ver con el concepto de Dios que él tiene y en el que cree. Pues bien, en su libro “Defendámonos de los Dioses”, relata un claro ejemplo del sentido de la propiedad y del servilismo exigido por parte de estos dioses a sus “rebaños humanos”.  Expone el paralelismo entre dos pueblos distanciados en el espacio y en el tiempo, como son los hebreos por un lado y los aztecas por otro. En el primero de los casos, Yahvé, el dios de Israel, ordena a su pueblo abandonar Egipto y marchar en dirección a una tierra prometida. Del mismo modo, Huitzilopochtli, el dios de los mexicas, también ordena la marcha de toda su gente camino de otra tierra prometida más al sur de donde se encontraban asentados inicialmente, la mítica tierra de Aztlán.

Freixedo describe así la figura de estos dioses: “…La personalidad de Yahvé era muy parecida a la de Huitzilopochtli. Ambos querían ser considerados como protectores y hasta como padres, pero eran tremendamente exigentes, implacables en sus frecuentes castigos y muy prontos a la ira…”.

El éxodo emprendido por los israelitas les llevaría a peregrinar por el desierto durante 40 años, enfrentándose a todo tipo de calamidades y luchas con otros pueblos que encontraron en su camino, corriendo ríos de sangre.  Mucho más largo fue el camino recorrido por los aztecas o mexicas, tanto en la distancia como en el tiempo empleado, más de dos siglos de sufrimiento y calvario, y donde la sangre también fue protagonista indiscutible. A su vez, ambos pueblos fueron acompañados físicamente por “su pastor” o dios. En el caso de Yahvé en forma de nube por el día y columna de fuego y humo por la noche. Mientras, Huitzilopochtli dirigía a su rebaño desde el cielo en forma de una gran “águila blanca”. Del mismo modo, tanto uno como  otro establecieron las órdenes oportunas con todo tipo de detalles para que transportaran un “cofre o arca” que facilitase la comunicación con sus respectivas castas sacerdotales y que, al establecerse en algún lugar durante un tiempo más prolongado de lo normal, construyesen un templo para alojar y resguardar el “cofre o arca”.

Tampoco pasa por alto Salvador Freixedo que Yahvé y Huitzilopochtli abandonasen a sus respectivos rebaños en unos momentos históricos decisivos, la ocupación por parte de Roma  de las tierras que prometió a los israelitas y la conquista española  del imperio azteca. Los Templos de Jerusalén y Tenochtitlán, el ejemplo más claro de la comunión entre los dioses y sus pueblos, nunca más recuperaron su esplendor. ¿Acaso cambiaron de dueño los pueblos hebreo y mexica o cambió la ética de los dioses sobre la propiedad de especímenes humanos?

Hoy en día la manipulación genética se encuentra en plena expansión, las diferentes industrias la emplean en función de las necesidades de producción, abarcando desde el control de plagas en la agricultura a la eliminación de enfermedades hereditarias de padres a hijos. Sus límites vienen determinados por la ética imperante del momento en nuestra sociedad, sobre todo, aquello que relacione la manipulación con el ser humano, como su clonación o modificación, es decir, la creación se seres humanos a la carta.

Sólo cabría preguntarnos si una civilización extraterrestre tendría la misma ética a la hora de manipular genéticamente a otra especie en pleno proceso evolutivo, para poder servirse de ella y afianzar su comodidad y prosperidad. La respuesta tendríamos que encontrarla en nosotros mismos, en las modificaciones llevadas a la práctica sobre ratones, cerdos, ovejas o monos, e incluso de una forma más oculta, sobre propios seres humanos. ¿No estamos jugando ya a ser dioses? ¿Marcaremos nosotros también en un futuro no muy lejano a especies de nuestra creación?



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