El hecho de aceptar la hipótesis de
visitas extraterrestres en un pasado lejano abre un amplio abanico de
posibilidades de cómo pudieron desarrollarse los acontecimientos a su
llegada. Entre esas posibilidades, podríamos destacar que en algún momento
dichos visitantes pudieron interferir premeditadamente en la evolución de
nuestros antepasados. Hagamos un poco de prehistoria: el primer homínido,
conocido con el nombre Australopithecus (4 millones de años
aproximadamente), dio lugar al Homo habilis (2,5 millones de años)
el primer espécimen del género Homo, al que pertenecemos los seres
humanos modernos, los Homo sapiens sapiens. En algún punto de esta
evolución de cuatro millones de años, es posible que alguno de nuestros
ancestros haya podido ser manipulado genéticamente para servir a los propósitos
de estos antiguos viajeros.
Todos los seres humanos formamos
parte sin excepción de la especie Homo sapiens sapiens, existiendo a su
vez distinta familias o razas divididas inicialmente en cuatro grandes
grupos: negroide, caucasoide, australoide y mongoloide, diferenciadas desde la
prehistoria por diferentes motivos como podrían ser la climatología o la
alimentación propicia de su área geográfica. En cualquier caso todos los
genetistas inician el periplo de nuestra especie hace unos 143.000 años
aproximadamente, basados en los estudios de una hembra Homo de
procedencia africana, conocida popularmente como la “Eva mitocondrial”. De ella
descenderíamos todos los individuos de las cuatro familias o razas citadas
anteriormente, como sugiere la comparación del ADN mitocondrial
de distintas razas y regiones que señalan claramente que todas las secuencias
de este ADN tienen la misma envoltura molecular que la “Eva” africana. Las
mitocondrias son unos elementos celulares que sólo pasan de la madre a las
hijas, de la misma forma que el “cromosoma Y” sólo se transmite de varón padre
a varón hijo. Y he aquí un gran punto de confrontación en la comunidad
científica, pues también existe un “Adán cromosoma Y” de origen africano que a
pesar de que asimismo prueba de manera irrefutable que todos descendemos de él,
no coincide en el tiempo con “su Eva”. Para “ella” se ha estimado una
antigüedad aproximada de 143.000 años, mientras que a su supuesto “Adán”
se le estima su existencia hace unos 59.000 años. Mucho tiempo de diferencia
sin duda para que tan singular parejita a la vez, se proclamaran como
nuestros primeros abuelos.
No hay un punto de acuerdo, pero
algunos investigadores como el profesor Peter Oefner de la Universidad de
Stanford justifican esta contradicción de la siguiente manera:
“…Hace 59.000 años, un solo
cromosoma Y empezó a predominar. Todavía podemos verlo en algunos de los
actuales habitantes de Sudán y Etiopía. Todos los demás cromosomas Y que venían
de los tiempos de Eva, 84.000 años antes, se acabaron perdiendo. La razón de
esto podría ser la selección sexual, es decir, que las mujeres preferían
sistemáticamente a un tipo de hombres que tendían a llevar el nuevo cromosoma.
O quizá esos hombres tenían alguna ventaja selectiva en la caza o en la lucha…”
Dicho de otra manera, en algún
momento y por razones desconocidas una mutación dotó a un tipo particular de
macho de la especie Homo Sapiens, de una aureola a mitad de camino entre la sensualidad
de Rodolfo Valentino y las manitas de Mac Gyver, que encandiló a todas las
hembras hasta el punto de poner de “patitas en la calle” a los que habían sido
hasta el momento sus vetustos, primitivos y peor dotados compañeros,
condenándoles cruelmente a una abstinencia sexual de por vida, y demostrando
hasta el día de hoy quién lleva realmente los pantalones en la cueva, perdón,
digo… casa.
Si no fuera así, ¿tuvo algo que ver
en ese desencuentro entre “Adán y Eva” la posibilidad que barajábamos inicialmente
de una hipotética intervención extraterrestre?
Según los paleontólogos y
genetistas, hace unos 70.000 años los descendientes primero de “Eva” y
después de “Adán” emigraron rumbo a Asia y Oriente Medio desde las tierras de
África, para posteriormente dirigirse hacia Europa y América del Norte,
saltando de Siberia a Alaska, para proseguir hacia el sur y completar el
dominio de todo el continente americano.
¿70.000 años es tiempo suficiente
según la teoría evolucionista para conformar todas las diferencias físicas
existentes entre las diferentes familias o razas de la especie Homo sapiens
sapiens? ¿Cabe la posibilidad de una manipulación genética para diferenciar
o acentuar determinadas características físicas y hacerlas más distinguibles
las unas de las otras?
¿Por qué crearon los dioses al
hombre según todas las tradiciones de la antigüedad?
“…Tomó, pues, Dios al hombre, y
lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase…” (Génesis
2:15)
"…Yo he creado al genio y a
la humanidad sólo para que me adoren…" (Corán 51:56)
“…Engendraré un primitivo
humilde; -hombre- será su nombre. Crearé un trabajador primitivo; él se hará
cargo del servicio de los dioses, para que ellos puedan estar cómodos…”
(Epopeya de la Creación – antigua sumeria)
“… ¡Ya se acercan el amanecer y
la aurora; hagamos al que nos sustentará y alimentará! ¿Cómo haremos para ser
invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras
primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que
fuésemos alabados y venerados por ellos. Así, pues, probemos a hacer unos seres
obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron…”
(Popol Vuh – tradición maya sobre la creación del hombre)
Repasando estas citas de antiguos
libros sagrados de diferentes culturas, el origen y la causa principal de que
los dioses crearan al hombre fue pura y simplemente por conveniencia e interés.
Nuestro único propósito no fue otro más que la necesidad de poseer unos meros
operarios serviles y obedientes al servicio exclusivo de las supuestas
divinidades y con derecho sobre sus bienes y destinos. Este sentido de la
propiedad y exclusividad que los dioses tenían sobre el conjunto de la
humanidad, ¿no les llevaría a diferenciar físicamente a unos humanos de otros
como nosotros marcamos el ganado con algún tipo de señal o marca?
Los mandamientos y preceptos de
todas las antiguas religiones siempre condenaron el mestizaje entre personas de
distintas etnias y religiones por ser un acto impuro, constituyendo no pocas
veces un castigo que costaba la vida. Era una violación de las órdenes de su
dueño y señor, su dios, porque entre otras cosas eran “su” pueblo elegido.
¿Genética y religión pudieron ser la marca que los dioses impusieron a sus rebaños
humanos?
No puedo por menos que recordar la
figura de un investigador español, tachado la mayoría de las veces de radical e
histriónico a la hora de tratar el origen de las religiones y la relación de
los humanos con sus dioses. Me refiero al ex-jesuita Salvador Freixedo que
siempre ha denunciado públicamente el papel de estos mismos “dioses”, que nada
tienen que ver con el concepto de Dios que él tiene y en el que cree. Pues
bien, en su libro “Defendámonos de los Dioses”, relata un claro ejemplo
del sentido de la propiedad y del servilismo exigido por parte de estos dioses
a sus “rebaños humanos”. Expone el paralelismo entre dos pueblos
distanciados en el espacio y en el tiempo, como son los hebreos por un lado y
los aztecas por otro. En el primero de los casos, Yahvé, el dios de Israel,
ordena a su pueblo abandonar Egipto y marchar en dirección a una tierra
prometida. Del mismo modo, Huitzilopochtli, el dios de los mexicas, también
ordena la marcha de toda su gente camino de otra tierra prometida más al sur de
donde se encontraban asentados inicialmente, la mítica tierra de Aztlán.
Freixedo describe así la figura de
estos dioses: “…La personalidad de Yahvé era muy parecida a la de
Huitzilopochtli. Ambos querían ser considerados como protectores y hasta como
padres, pero eran tremendamente exigentes, implacables en sus frecuentes
castigos y muy prontos a la ira…”.
El éxodo emprendido por los
israelitas les llevaría a peregrinar por el desierto durante 40 años,
enfrentándose a todo tipo de calamidades y luchas con otros pueblos que
encontraron en su camino, corriendo ríos de sangre. Mucho más largo fue
el camino recorrido por los aztecas o mexicas, tanto en la distancia como en el
tiempo empleado, más de dos siglos de sufrimiento y calvario, y donde la sangre
también fue protagonista indiscutible. A su vez, ambos pueblos fueron
acompañados físicamente por “su pastor” o dios. En el caso de Yahvé en forma de
nube por el día y columna de fuego y humo por la noche. Mientras,
Huitzilopochtli dirigía a su rebaño desde el cielo en forma de una gran “águila
blanca”. Del mismo modo, tanto uno como otro establecieron las órdenes
oportunas con todo tipo de detalles para que transportaran un “cofre o arca”
que facilitase la comunicación con sus respectivas castas sacerdotales y que,
al establecerse en algún lugar durante un tiempo más prolongado de lo normal,
construyesen un templo para alojar y resguardar el “cofre o arca”.
Tampoco pasa por alto Salvador
Freixedo que Yahvé y Huitzilopochtli abandonasen a sus respectivos rebaños en
unos momentos históricos decisivos, la ocupación por parte de Roma de las
tierras que prometió a los israelitas y la conquista española del imperio
azteca. Los Templos de Jerusalén y Tenochtitlán, el ejemplo más claro de la
comunión entre los dioses y sus pueblos, nunca más recuperaron su esplendor.
¿Acaso cambiaron de dueño los pueblos hebreo y mexica o cambió la ética de los
dioses sobre la propiedad de especímenes humanos?
Hoy en día la manipulación genética
se encuentra en plena expansión, las diferentes industrias la emplean en
función de las necesidades de producción, abarcando desde el control de plagas
en la agricultura a la eliminación de enfermedades hereditarias de padres a
hijos. Sus límites vienen determinados por la ética imperante del momento en
nuestra sociedad, sobre todo, aquello que relacione la manipulación con el ser
humano, como su clonación o modificación, es decir, la creación se seres
humanos a la carta.
Sólo cabría preguntarnos si una
civilización extraterrestre tendría la misma ética a la hora de manipular
genéticamente a otra especie en pleno proceso evolutivo, para poder servirse de
ella y afianzar su comodidad y prosperidad. La respuesta tendríamos que
encontrarla en nosotros mismos, en las modificaciones llevadas a la práctica
sobre ratones, cerdos, ovejas o monos, e incluso de una forma más oculta, sobre
propios seres humanos. ¿No estamos jugando ya a ser dioses? ¿Marcaremos
nosotros también en un futuro no muy lejano a especies de nuestra creación?
No hay comentarios:
Publicar un comentario