Si la ciencia tradicional ha podido —de una manera relativa— trasponer los siglos, ha sido porque reposaba sobre bases seguras y porque sus resultados eran buenos. Si sus bases hubieran sido falsas, nada habría sobrevivido de la tradición.
Actualmente se transmiten «leyes» de maestro a alumno, ya que el Universo, todo el Universo, obedece a unas leyes, que buscamos a través de la medida, lo cual, sin duda, es un excelente sistema, si bien no concierne más que al fenómeno al que aplicamos la medición y sólo llegamos a enunciados de leyes epifenomenales.
Pero todas las leyes y, de consiguiente, todos los fenómenos, persisten. Un manzano que crece es el resultado de todas las leyes del Universo. No puede escapar a ninguna, lo cual viene determinado en el Espacio y en el Tiempo.
Esto es cierto para el árbol, la piedra, la tierra, el animal, el hombre...
Se comprende, pues, que el conocimiento de la piedra, del árbol o del hombre, pueda dar un conocimiento de las grandes leyes universales y del propio Universo, a condición de alcanzar la esencia misma de las cosas, y no sólo su aspecto como fenómeno.
Al no ser material la esencia de las cosas en el sentido en que la entendemos nosotros, la Ciencia tradicional parece haber tenido por objeto su conocimiento, más que el de la materialidad que se deriva de ellas, considerando que el conocimiento de la esencia llevaba al de la materialidad.
Ello originó, sin duda, un sistema de exploración de la materia, que desemboca en el conocimiento de su esencia, a través del aprendizaje de un ritual de trabajo, o sea, una «puesta en relación» del hombre con la esencia de la materia que éste trabaja, y por analogía, con todas las esencias, hasta la relación con la Esencia inicial, lo que engendra conocimiento de las materialidades, expresiones sensibles de tales esencias.
En cierto modo, una ciencia inversa de la nuestra, que pretende ir de la materia a la esencia..., aunque, por lo regular, fracasa en ello.
El resultado de esta ciencia tradicional es que el hombre ha podido llegar a un extraordinario conocimiento, en profundidad, de las materias, así como de sus formas y ritmos.
Por tanto, puede admitirse que la espiral del juego de la oca en el suelo de Francia es la materialización de una forma esencial de nuestro hexágono y, en el orden práctico, de su utilización con fines humanos.
Los conocimientos de los hombres de la Prehistoria sobre la naturaleza de la tierra no resultan ya tan asombrosos vistos desde este ángulo. Y, por ejemplo, los de las virtudes de los lugares, de las tierras y las aguas.
Se ha dicho muy a menudo que los galos —que las utilizaban ya— comunicaron a los romanos la noticia de las propiedades curativas de ciertas fuentes de las Galias. Pero es notorio que los galos del período galorromano conservaban tal conocimiento de gentes muy anteriores a ellos, puesto que algunos monumentos megalíticos mucho más antiguos que los galos señalan ya también ciertas fuentes «activas».
Podría creerse que fue el resultado del simple azar lo que llevó a descubrir las propiedades de dichas fuentes; pero la explicación es muy poco satisfactoria cuando se trata de aguas subterráneas para llegar a las cuales hubo que excavar. Pienso en los manantiales salados, cerca de Saint-Pére-sous-Vézelay, en donde los restos galos de su explotación ponen de manifiesto que fue necesario excavar profundos pozos para alcanzar la capa de agua activa. Pienso en el pozo de Chartres, en Chalice Wells, en los pozos del Graal en Glastonbury, y en muchos otros...
En lo que atañe a los manantiales salados, como quiera que la acción se obtiene por inmersión, a algunos metros del río de La Cure, fue menester que los reumáticos de la época conocieran las propiedades de aquella agua antes de excavar para utilizarla, y no, desde luego, para bebería, pues es salada; y si la hubieran sondado en busca de la sal, nunca se habrían bañado en ella...
Hemos de convenir en que la Ciencia moderna no sabe encontrar estas fuentes o aguas curativas, ya que, en lo tocante a los manantiales que utilizamos actualmente, conocemos su emplazamiento gracias a tradiciones y a señales antiguas.
Que el camino que seguían nuestros antepasados no haya sido análogo al que intentamos seguir nosotros por las vías de la Ciencia moderna, no implica que el conocimiento fuese menos profundo; y aun cuando la revelación primera fuese instintiva, hizo falta, para organizar la explotación, que tal saber se transfiriese a la consciencia y fuese reflexionado.
Sólo hay aguas, y tierras...
He advertido ya esta particularidad que señala ciertos lugares Lug, como Loudun, Louviers y Luxeuil. Tal vez habría que añadir a ello la elección hecha, milenios más tarde, por los Templarios para instalar sus Encomiendas de iniciación (por lo menos la leyenda las da como tales) de Luz-la-Croix-Haute y Luz-Saint-Sauveur. Quizás ellos sabían más.
Sea como fuere, es digno de nota que todos los lugares de viñedos que producen los llamados «grandes caldos» (que los antiguos tomaban de buen grado como medicina) se encuentran en regiones que pueden considerarse como sagradas, señaladas, ya por su nombre mismo, ya por monumentos megalíticos.
Así, conviene mencionar, en el camino de Santiago de Compostela, la excelencia del vino que sigue la «línea de los Lug»: Logroño, León y Lugo; y no es menos extraordinario comprobar que se encuentran sin gran esfuerzo los restos de los cultos antiguos —e incluso muy antiguos— en los parajes de los grandes caldos franceses.
El más evocador es, sin duda, Beaune, «donde todos los vinos son buenos», como decía la letra de una marcha militar de la Guerra de los Cien Años; aquel Beaune que fue, sin lugar a dudas, un Bélen, del nombre del Gran Dios Universal de la Era del Carnero (Bélier). Pero también abundan los otros ejemplos: las piedras sagradas de Montrachet; la existencia antigua de un dolmen en la cumbre del cercado de Vougeot; la atribución a Mercurio de un antiguo lugar sagrado que hoy llamamos Mercurey; la atribución a Pomona de otro antiguo lugar sagrado, actualmente Pomard; y muchos otros, como los Morgón, lugar de culto al Sol naciente, y Julianas, donde Juliano sustituyó a otra divinidad. En realidad, todos, si se buscan bien... Y no sólo en Borgoña y Beaujolais, sino también a todo lo largo de este río Loire, río ligur jalonado todavía por un camino de dólmenes; y Loir, otro Ligara, donde se cosecharon, entre los monumentos megalíticos, renombrados vinos, algunos de los cuales sobrevivieron a la filoxera.
Ya he citado, entre Garonne y Dordogne, este dominio de Lug que parece haber tenido por centro Lugasson, en donde, después de Lug, vinieron a instalarse Bélen y su páredra Belisama, antes de Notre-Dame de Blasimon. Ahora bien, dicho dominio abarca todo el «Entre-deux-Mers», donde los vinos son no sólo exquisitos, sino muy buenos para la salud. Evidentemente, este Entre-deux-Mers habría que leerlo «Entre-deux-Méres», las dos «Matronas», son el Garonne y el Dordogne.
No se conoce muy bien la antigüedad de la vid, por lo menos de su cultivo. Se introduciría, sin duda, muy pronto, ya que el primer acto de Noé al salir del arca —según la Biblia— fue plantarla..., y coger una borrachera, de la cual quedó memoria en las Sagradas Escrituras. Mas, al parecer, ciertos vinos han sido considerados siempre, sino como sagrados, por lo menos vinculados a las cosas sagradas. Hay algún eco de esto en Hornero. Y Rabelais no ocultaba que reconocía en el vino y en la embriaguez una importancia de iniciación.
También se sabe que los druidas habían prohibido el cultivo de la vid, aunque, según los antiguos, tal prohibición no afectaba a ciertos lugares consagrados a las divinidades, lo cual no era sino pura sabiduría, ya que hay sitios en los que pueden elaborarse verdaderos vinos, y otros, en cambio, en que sólo es posible obtener un mal brebaje alcohólico.
Es probable que en los tiempos megalíticos no se obtuviera vino por falta de recipientes aptos para esa sutil alquimia que sólo puede desarrollarse en cavas, o sea, en el mismo seno de la tierra. Sin embargo, no cabe duda de que conocían la importancia de los lugares que veneraban —y utilizaban tal vez de otro modo—. Ello demuestra un admirable conocimiento de la naturaleza del suelo en todas sus propiedades —y no sólo las químicas—; en una palabra, de su «esencia».
¿Y en qué habría de ser inferior el conocimiento instintivo al analítico? Lo que interesa es el conocimiento y no sus medios.
Sin embargo, no me gustaría generalizar demasiado. Los períodos civilizados suelen ser cortos y alternan con ciclos de decadencia. La tradición no es la Ciencia, sino el vehículo. Todas las pinturas rupestres no son las de Altamira, ni todas las pirámides son las de Ghizeh, y no conviene confundir Chartres con Saint-Sulpice, ni Amiens con el Sacré-Coeur.
También hay que distinguir entre los dólmenes, y después de tantos siglos no estamos muy en condiciones de evitar una confusión entre lo que fue un monumento y lo que fue una construcción ersatz. Se erigieron, además, dólmenes con carácter de túmulos hacia la época galorromana y, después de todo, las losas de nuestros cementerios son todavía imitaciones de dólmenes.
Pero, ¿qué eran estos monumentos? Ninguna de las explicaciones dadas resulta satisfactoria. La más difundida es la de que se trataría de monumentos funerarios, y algunos tal vez lo fueron; pero, ¿fueron sólo eso?
El hecho de que con frecuencia se hayan encontrado esqueletos debajo de las piedras, no creo que permita afirmar que su destino primitivo fuera el de dar cobijo a los mismos. De lo contrario, podría sostenerse también lo mismo por lo que respecta a todas las iglesias de Francia, excepto Chartres. Ahora bien, no parece que los templos fuesen construidos para utilizarlos como mausoleos, salvo las pequeñas capillas de los cementerios. Saint-Denis no fue edificado para enterrar a reyes, ni los Inválidos para conservar los restos mortales de Napoleón, ni, probablemente, las tres pirámides para guardar los de Keops, Kefrén y Micerino.
Sin embargo, me guardaré muy bien de afirmar que los dólmenes no fueron túmulos; pero ciertas particularidades me inducen a creer que si lo fueron algunos, lo serían «por añadidura», ya que su utilidad primordial era diferente. Éste es un punto sobre el que trataré de extenderme más adelante.
Los monumentos megalíticos no comprenden sólo dólmenes, sino, además, galerías cubiertas, que tienen a veces un aspecto muy similar a los mismos. Se ven allí también menhires o piedras clavadas en el suelo, que por lo menos en Francia fueron demolidos en gran número, ya con la idea de desarraigar una veneración popular, ya con la de desembarazar un campo de una piedra engorrosa, ya, finalmente, para darles un nuevo empleo. Así, en el Cotentin se ven menhires pequeños aprovechados como sólidos largueros de barrera en los campos. Otros figuran en las puertas de las iglesias, y otros sirvieron para hacer escalinatas de casas. Tampoco es insólito encontrar sarcófagos utilizados como pilones para el ganado.
Tenemos también los cromlechs, recintos de piedras verticales, a menudo de dimensiones modestas, que señalaban el cercado de un terreno, casi siempre de forma circular, y, en algunos casos, rectangular.
Quedan, por fin, las alineaciones respecto a las cuales hemos de advertir que la razón de ser de algunas de ellas es obvia, como la «avenida» que conduce al vasto recinto de Avesbury, cerca de Stonehenge, en Inglaterra; pero hay otros, como los de Karnak, que no son avenidas y plantean un problema muy complejo.
Desde el punto de vista monumental, estas piedras verticales constituyen la primera manifestación de aquel pueblo disperso que, sin lugar a dudas, enseñó a los demás. Salvo los menhires, diseminados un poco por doquier, las encontramos especialmente en los «dominios de Lug» que constituyen la espiral del juego de la oca en el suelo de Francia.
No es posible, pues, enlazadas como están con disposiciones geográficas muy sabias, considerarlas, como se hace demasiado a menudo, cual manifestaciones bárbaras. Este punto de vista ha caducado especialmente desde que los calculadores electrónicos revelaron que algunos de dichos monumentos eran instrumentos de cálculo astronómico muy perfeccionados, como los de Stonehenge.
Esto merece, pues, intentar descubrir el posible uso que se dio a estos monumentos, en el bien entendido de que todas las ideas que puedan aventurarse a este propósito son conjeturales.
...Como lo son, por otra parte, todas las opiniones precedentes.
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