martes, 9 de diciembre de 2014

Los Druidas -iniciados de HIPERBOREA-


Liguria y, según parece, la civilización de los dólmenes, cesan con la Era del toro. Es remplazada por la céltica, así al menos es como el mundo antiguo designaba a Occidente, desde la Europa central hasta el Atlántico, desde el desconocido Norte, hasta más allá de los Pirineos. 
Los primeros tiempos de la Era del carnero son testigos de la invasión celta, y la hipóstasis de la divinidad se convierte en Bélen y su páredra en Belisama. 
Generalmente se fija la fecha de la primera invasión celta hacia el 1700 a. de J. C. 
A los celtas, a la tradición céltica, están vinculados los druidas. El nombre mismo es celta y significa «muy sabio». Sin embargo, la tradición no asigna a los druidas un origen céltico. Sus orígenes son completamente legendarios, tanto el de los celtas como el de los druidas. 
Veamos primero el de los celtas.

Los celtas eran arios. Hablaban una lengua indoeuropea, y, según los historiadores, procedían del Irán, mientras que la leyenda los hace «partir» de mucho más lejos y de mucho más antiguo. 
Según ésta, habría existido, antes del último período glacial, en las tierras del extremo Norte y en tiempos en que el hundimiento del mar del Norte no debía de haberse producido aún, un gran continente hiperbóreo que había alcanzado ya un muy alto grado de civilización. 
Cuando los hielos empezaron a invadir el Norte, este pueblo habría ido descendiendo poco a poco, a medida que aquéllos se extendían hacia el Sur, y así habría acabado por alcanzar el Asia Central y, más especialmente, el Irán, en cuyo país, con el nombre de ario, habría prosperado, y de donde —como consecuencia del incremento de la densidad de población— debió de dispersarse en varias direcciones, llevando consigo su lengua, filosofía y saber. 
Bajo el mando del jefe «Ram» habría conquistado la India, a la sazón poblada por una raza negroide, y sería la historia de esa conquista la que narraría el Ramayana. Aquellos arios serían los creadores del sánscrito —que está, efectivamente, en la base de las lenguas indoeuropeas—, del brahmanismo y de la organización social en castas. 
Como quiera que Ram significa «carnero», puede suponerse que la citada conquista se llevó a cabo a principios de aquella Era, es decir, hacia el 2000 a. de J.C.

Una parte de este pueblo se habría quedado en Irán, donde sus filósofos debieron de convertirse en «magos» —antepasados de los «sufíes»—, y donde mantendrían durante largo tiempo una religión de rito solar que habría sido la de los «parsis», los cuales dieron su nombre a Persia. 
De esta Asia Central se habrían dispersado otros pueblos, acaso muy pronto, siguiendo la retirada de los hielos en el momento del «recalentamiento» del hemisferio Norte. Debieron de remontar el Caspio y desparramarse por las llanuras de la Rusia blanca, formando la rama de los eslavos y germanos. 
Otros se habrían encaminado hacia el Oeste y, por Crimea (Ucrania era entonces un pantano), habrían arribado a la Europa Central, de donde debieron de «irradiarse» en forma de estrella. 
A Grecia, donde constituyeron la invasión dórica. 
A Europa Occidental, donde constituyeron las invasiones goidélica, gaélica y gala. 
A Escandinavia, donde constituyeron la invasión noruega. 
Y, sin duda, al Lacio.

Los gaélicos penetraron también en Inglaterra, donde formaron otra Galia, la actual Gales. 
Parece que fueron ellos quienes intentaron tomar también Irlanda con el nombre de «Fomorés» y que lo lograron hasta cierto punto. 
¿Invasiones? Creo que nos equivocaríamos si viéramos en ello el despliegue de innumerables hordas. Eso es la historia novelada, un género de historia como la de Mario ajustándoles las cuentas a trescientos mil cinabrios y teutones en la llanura de Pourriéres. Trescientos mil seres humanos no habrían tenido jamás en el país el sustento suficiente para llegar del Rin a los Alpes inferiores. Esta historia de Mario es la del salmo: Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil... Simple licencia poética. 
Conviene reducir las cosas a una proporción más justa; así, se ha calculado la invasión burgundia, hacia el siglo III o IV, en tres mil combatientes. Y el gran ejército musulmán que invadió España debía de ser del mismo orden, con la evidente ayuda de la población ibera, que estaba ya harta de los visigodos.

No debió de ocurrir de otro modo con las invasiones celtas, que no parecen haber penetrado en la Galia de cualquier manera, sino haber sido «distribuidas», y de forma muy inteligente. 
Aunque hubo hospitalidad en cierto modo «en casa de los parientes», la cosa no es imposible. Se renovó para los bretones expulsados de Gran Bretaña en el siglo VII por los sajones... 
No es imposible que, pese a las diferencias de lenguas y —esto no es tan seguro— de tradiciones, el recuerdo de un origen común haya sido conservado. 
No es imposible tampoco que esa hospitalidad la hubieran establecido unos «sabios», que no podrían ser entonces más que los druidas y los que hubiesen tenido bastante influencia sobre las masas, lo mismo ligures que gaélicos, como para organizar una «distribución» de tribus, cuyo resultado parece muy considerable. 
Tampoco puede afirmarse que todo ocurriera del modo más pacífico y que no se produjeron algunas «fricciones» entre ligures y galos. Esto sería muy extraño, sobre todo con aquellos «goidels», que no soñaban más que con heridas. Pero, ciertamente, no hubo «exterminio», y la prueba de ello está aún en lo que fue la antigua Aquitania, la que va desde los Pirineos al Loira. En efecto, se encuentran allí las dos etnias, perfectamente mezcladas, pero distintas, en el seno mismo de las familias. Después de tres milenios reaparecen las dos razas: rubio alto y moreno pequeño... 
Ninguna de las dos razas ha eclipsado a la otra, y esto está de acuerdo con las leyes de Mendel...

Evidentemente, no ocurre lo mismo más al Norte, donde tal vez los ligures eran menos numerosos, pero especialmente donde los germanos hicieron verdaderas hecatombes. 
Sea como fuere, antes de la invasión cesariana, la Céltica de Occidente (las Galias) parece haber conocido una importante organización, puesto que su símbolo, el trébol de cuatro hojas, ha subsistido, aunque su significación esté olvidada: la imagen de la suerte. 
Siendo los druidas los «directores de conciencia» de los pueblos celtas, sólo a ellos podría ser debida esa organización. 
Y henos aquí enfrentados con el problema del druidismo y, en primerísimo lugar, con el de sus orígenes.

Hay —creo haberlo hecho comprender— una tradición «operativa», cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, pero que jamás se ha desmentido desde que fueron suministrados a esos «manuales» los datos necesarios y suficientes para armonizar en el sentido musical sus obras con los ritmos —grandes o pequeños— de la naturaleza. 
Se sigue de ello que toda obra armonizada es de iniciación en razón de este mismo acorde, puesto que revela directamente las leyes naturales y, acaso, también al arte de utilizarlas. 
Lo cual no quiere decir que tales obras sean directamente inteligibles sin medio de lectura. 
Pero este «medio», que supone una enseñanza, fue —y sigue siendo— oral, con todo lo que ello implica de variaciones, errores, incomprensiones y desapariciones, ya sea de resultas de incapacidades humanas, ya como consecuencia de cataclismos.

Es probable que la transmisión de la Ciencia esotérica especulativa, filosófica, haya sufrido baches y quizás hasta desapariciones; pero habiendo subsistido las «obras», en especial las de piedra, ha sido posible a menudo reconstituir lo esencial de ellas. 
Bíblicamente, el ejemplo es típico; las leyes están grabadas en la piedra, y Moisés escribe su comentario filosófico y, para que la transmisión no sea falseada, exige que ni una iota sea cambiada en sus libros. 
Sin embargo, también hace falta ser apto para leerlos. 
En este aspecto podemos preguntarnos si los druidas —notables filósofos a juicio de los autores antiguos— fueron los herederos directos de los Antes de Isoré o si formaron primero un colegio de «sabios» que hallaron, en los documentos monumentales dejados sobre el suelo, una parte de la sabiduría antediluviana.

Dos leyendas circulan a este respecto. 
Según una, de origen irlandés, los druidas serían los «herederos» del saber de los «thuata dé Danan». 
Habría habido en Irlanda seis invasiones o intentos de invasión. Dos que atañen indudablemente a pueblos occidentales: la de los Fomoré, que parece provenir de Noruega y que debe de datar de la primera invasión celta del siglo XVII antes de nuestra era, y la de los Fir-Bolg, en la que creo reconocer la invasión «belga» del siglo V. 
Las otras cuatro invasiones se admiten, por lo común, como salidas del Mediterráneo. A este propósito, Eoin Nesson escribe : La creencia general de que varias razas de pueblos distintos, procedentes de diversos lugares —los partos, númidas, thuata dé Dañan y milesios— llegaron a Irlanda en oleadas sucesivas, es considerada como cierta por la mayoría de investigadores... Sin embargo, parece... que estos pueblos —que, en efecto, llegaron en oleadas sucesivas— procedían de un mismo lugar.

Salvo por lo que respecta a los «thuata dé Dañan», se advertirá que se trata de fenicios y de sus descendientes númidas. 
Las leyendas nada dicen —o al menos nada me han dicho— sobre el origen de los «thuata dé Danan». Thuata, como ya he hecho observar, es un plural que significa tribu, pueblo. Lo encontramos en el nombre de Teutatés, a quien los latinos, y muchos otros después de ellos, tomaron por un determinado dios. Habiendo César preguntado a los galos quién era su dios, éstos le respondieron: Thuata téos, que se convirtió en «Teutatés», pero cuya acepción no es otra que la de dios de la tribu o dios del pueblo. 
Esto no es galo, sino ligur. Es una forma muy remota y primitiva de plural que encontramos, por otra parte, en el Galgal, literalmente piedra-piedra y que designa montones de piedras, cairns en gaélico. 
Danan, Danaan o Danann designa a una «diosa», ya que los «thuata dé Danan» son llamados a veces la tribu de la diosa.

No creo equivocarme al decir que el nombre de esta diosa ha llegado hasta nosotros con el de Ana, santa Ana para los cristianos, la Madre de la Madre, la que es reproducida en el centro de las ojivas alargadas de la portada de los Iniciados de la catedral de Chartres; se la representa negra en medio de los «adeptos» del Antiguo Testamento: Melquisedec, Aarón, David y Salomón. 
Es la Tierra-Madre, la «Materia Prima» de los alquimistas, la Virgen-Negra. 
En una palabra, la Naturaleza. 
Los thuata dé Danan es la tribu, el pueblo, el clan o el colegio de los «hijos de la Naturaleza», de aquellos que la conocen, que actúan por ella y sobre ella; es, «epónimamente», el Basa-Jaun, el maestro de la naturaleza de la mitología vasca.

Estos thuata dé Danan eran considerados como algo sobrenaturales en la mitología irlandesa. Lug —al que hemos encontrado ya tantas veces— formaba parte de la tribu de los thuata dé Danan. 
Una invasión, en tiempos fabulosamente remotos, de seres fabulosamente sabedores de las cosas de la Naturaleza; he aquí que se parece de modo prodigioso a nuestros «gigantes», a nuestros «Jean» que criaban animales, cultivaban las tierras y hacían erigir piedras de iniciación. 
Son reconocidos por la leyenda como antepasados o como instructores de los druidas. 
Según otra leyenda, los atlantes habrían dejado en el suelo de Occidente una especie de «alfabeto» de piedra, y los druidas serían un colegio de sabios que, a la llegada de los celtas o algo antes, habrían «exhumado» el mismo y habrían sacado de él el saber que fue el suyo. 
Se echa bien de ver que las dos leyendas son bastante semejantes, puesto que hacen a los druidas herederos de un saber muy antiguo; transmitido o hallado. 
Son herederos y no «descendientes». No forman una casta, sino un colegio, que se convierte en céltico después de la invasión celta. Irlanda conservó el recuerdo de druidas procedentes de España...

Y he aquí lo que daría alguna relevancia a la posibilidad de existencia de un centro de iniciación superior muy antiguo hacia Santiago de Compostela. 
Los romanos, que conocieron a los últimos druidas, los presentan como personajes bastante enigmáticos, a quienes evidentemente estaba fuera de sus posibilidades entender. Se trata de gentes distintas por completo de ellos, a las que no pueden comprender. 
Diviaticus, el archidruida amigo de César, que tenía la responsabilidad de la intervención de éste en las Galias, fue huésped del hermano de Cicerón, quien dice de él: Fue tu huésped y te jactabas de ello. Conocía la filosofía natural a la que los griegos llaman fisiología y tenía la costumbre de prenunciar, parte por don de vidente, parte por conjetura, lo que acaecería en el porvenir.

La filosofía natural, he aquí la que nos conduce aún —¿no es cierto?— a esta ciencia de la naturaleza que no puede negarse a los constructores de monumentos megalíticos, ni a los pintores de Altamira, ni a los que domesticaron los animales salvajes e «hicieron» el trigo. 
El druidismo es un tema que no se puede abordar fácilmente. Pertenece, a la vez, a la Historia, a la leyenda y al cuento de viejas...

Según su humor o conveniencia, los autores han cargado a estos druidas con todo el saber o con todos los pecados. La idea más general que difundieron los autores clásicos fue la de que los druidas eran ociosos sacerdotes de tribus salvajes que adoraban la Luna y el Sol y sacrificaban víctimas humanas cuando la recolección del muérdago con hoces de oro les dejaba tiempo para ello. 
Suele creerse que fueron sacerdotes —sin duda por habituación a los tiempos actuales, en que el religioso es casi siempre sacerdote—, sacerdotes de una religión que se presenta ya como monoteísta, ya como politeísta. Y, sin embargo, ni la Historia ni los cuentos confirman esta manera de ver.

Ante todo, porque «monoteísmo» y «politeísmo» son palabras sin significado religioso válido. Si se atribuye a Dios una cualidad de Unidad —y es mucha audacia encerrarlo en una concepción humana—, sería negar rehusarle la de multiplicidad. La presunción de los teólogos al reducir al Incognoscible a sus mezquinas concepciones ha constituido siempre para mí una delicia. 
Más directamente, parece que existían sacerdotes, los gutua-tri, oradores para las diversas manifestaciones hipostáticas. Había sacerdotes de Ésus, dios de la guerra; sacerdotes o sacerdotisas de Epona, protectora de los caballos; sacerdotes de los lugares sagrados, etc. Y estos sacerdotes no eran druidas. 
En el plano religioso, los druidas se presentan no como sacerdotes, sino como «mantenedores» de los cultos. Por otra parte, y según César: Los druidas enseñaban a la juventud el movimiento de los astros, la grandiosidad del mundo y de la Tierra, las ciencias de la naturaleza y la fuerza y poder de los dioses inmortales. 
Filosóficamente enseñaban la transmigración de las almas y su reencarnación. 
Se trataba, pues, de filósofos docentes, pero también de magos. Todos los escritores de la Antigüedad que hablaron de ellos afirman la superioridad del espíritu «céltico» en materia de magia, y Plinio dice que practicaban ésta con tanto ceremonial, que parecían haber sido los profesores de los persas.

Sículo, Timágenes, Diodoro, Hipólito y Clemente de Alejandría se inclinaban a creer más bien que Pitágoras había recibido su filosofía mística de los druidas de la Galia, que éstos de él. 
Lo cual era reconocer cierta identidad entre ambas «escuelas» o, por lo menos, grandes afinidades. En realidad, hemos visto que se trataba, más simplemente, de un mismo origen. 
En cuanto a los poderes «mágicos» que les atribuyen las leyendas, son enormes, y, por lo que a mí respecta, tiendo a creer que, en efecto, lo fueron. Dominaban los poderes de la ilusión, hacían levantar vientos y tempestades, cubrían de nieblas las tierras para sembrar la confusión entre los ejércitos, o bien sustraían a otros a las miradas enemigas. Eran maestros en el arte de transformar los cuerpos y capaces de tener visiones a distancia. Elaboraban misteriosos elixires para olvidar. Eran médicos, puesto que, después de Tiberio, se vieron reducidos en la Galia, según cuenta Plinio, a ejercer esa profesión para poder vivir. Podían secar los arroyos. Profetizaban si se presentaba el caso. 
Vemos que se trata sólo de hechos naturales provocados, y toda esa magia nada tiene de asombrosa, aun considerada desde un punto de vista científico. Salvo las visiones, nosotros hacemos otro tanto en la actualidad. Simplemente, poseían medios distintos de los que utilizamos nosotros y, sin duda, más sencillos. Siendo, como eran, muy doctos, disponían de poderes desconocidos para el común de los mortales; he ahí por qué eran muy respetados y tomados como jueces y consejeros. 
Vivían su filosofía, adquirida tras un noviciado que duraba, según parece, veinte años, y un autor latino refiere que, a raíz de una batalla contra los galos en la que se hallaban presentes unos druidas, cuando los romanos iniciaron el ataque, los druidas permanecieron inmóviles como estatuas, recibiendo las heridas sin huir ni defenderse.

Sabían que eran inmortales y, además, les estaba prohibido hacer uso de armas y matar (lo cual demuestra la inanidad de las acusaciones hechas contra ellos de sacrificar víctimas humanas). 
Aparte esto, nada se sabe acerca de la enseñanza esotérica de los druidas, y ni siquiera de la exotérica; mas no sería imposible descubrir su «sustancia» mediante el estudio detenido de las manifestaciones de Morgan —llamado Pelagio el herético— y, sobre todo, de san Columbano. 
Por otra parte, diríase como si se resistieran a desaparecer completamente sin dejar huellas. En efecto, en el suelo de Francia hay algunos monumentos de época galorromana muy remota, que no tienen a primera vista significado ni uso alguno, como ciertas torres macizas del Poitou y la misteriosa «Piedra de Couhard», cerca de Autun. 
Según el arquitecto Guétard, que la estudia desde hace muchos años, esta «piedra», que es una construcción revestida, se presenta en forma de un cubo sobre un pedestal redondo coronado por una pirámide, y sería uno de los monumentos «con clave» que los druidas, al ver que todo estaba perdido, habrían erigido en la Galia para transmitir, en forma de jeroglífico geométrico, lo esencial de sus conocimientos.

Las enseñanzas que ha sacado Guétard de su estudio son muy desconcertantes en cuanto dan la solución de una infinidad de problemas humanos y, especialmente, de las constantes relaciones del hombre con la naturaleza, la sociedad y el mundo y —lo que tiene una importancia enorme— una «construcción armónica» de la sociedad. 
Pero será el propio Guétard el que revele su trabajo cuando lo crea conveniente.

LAS GALIAS
Después de la rebelión gala del 21, Tiberio declaró a los druidas suprimidos por senatus consulte. Claudio promulgó el decreto de su abolición total. 
Se decía entonces que los druidas seguían reuniéndose en lugares inhabitados, en las cavernas o en el fondo de los bosques, donde proseguían su enseñanza. 
Eran sólo los postreros espasmos, los últimos residuos retardados de lo que había sido el druidismo en su expansión. La Era del carnero, o de Aries, había expirado, y, con ella, la forma «Bélen» (Bélier) de la divinidad, así como el druidismo. 
Así lo exige la ley cósmica de los ritmos. Y lo sabemos ahora nosotros, que estamos viviendo también la «gran liquidación» de la Era de Piscis... 
Por desgracia, los únicos documentos «históricos» que tenemos sobre los druidas datan de esa época de su extinción. Tienen, pues, sólo un valor relativo. 
Pero, como contrapartida, nos han llegado algunos ecos de la organización que dieron a las Galias y, sin duda, a otros países célticos.

Durante todo el tiempo de la guerra de las Galias, Julio César no tuvo dificultad alguna en aprovisionarse, lo cual supone una agricultura organizada, así como una ganadería próspera. Es señal, pues, de que el país se hallaba lejos de ser tan bárbaro como él pregonara y otros después de él. 
Por otra parte, sabemos que los galos conocían el arado, arado de reja y de vertedera, puesto que uno de ellos se halla grabado todavía en el envés del gran dolmen de Locmariaquer, y probablemente dicho grabado es muy anterior a los celtas, que lo heredaron de los ligures. 
Tenemos también el bajorrelieve, en una piedra encontrada en Tréveris, de una verdadera guadañadora mecánica que llevaba un solípedo, lo cual supone una agronomía organizada... y enseñada.

Otra enseñanza que se desprende de tales grabados es la de que había hombres para construir tales ingenios. Los artesanos habían hecho un aprendizaje y pertenecido, por tanto, a un cuerpo de oficio, fuese cual fuese la organización de éste. 
Por otra parte, sabemos que los carreteros de las Galias eran muy expertos y construían toda clase de medios de transporte, en especial, carretas de muy diversos tipos y muy superiores a las de todos los sistemas romanos. La etimología nos lo enseña, ya que el latín toma del galo la mayor parte de las palabras que designan aquellos vehículos. 
También los carpinteros de marina habían alcanzado un grado de perfección muy considerable, puesto que el sinagot que utilizaban los pescadores vanesianos aun antes de la aparición de los barcos de pesca con red de arrastre, provistos de motor, era considerado como un «resistidor de tempestades». Y la marina de Julio César escapó a un desastre sólo gracias a una calma chicha, que inmovilizó los sinagots vanesianos en lucha con las galeras romanas. 
Quedan pocos monumentos galos, ya que muchos de ellos debieron de ser construidos de madera, y la mayor parte de las edificaciones de piedra fueron, como las murallas de Bour-ges, utilizadas como canteras. Sin embargo, subsisten algunas «gordies» de la Alta Provenza, que ponen de manifiesto un genio extraordinario en el arte de ensamblar las piedras, esas piedras «secas» que se han conservado más de dos mil años.

En cuanto al Arte, las alhajas, la alfarería, los esmaltes y las medallas demuestran que existía una tradición de oficio, que se inscribe en símbolos constantes. 
Nada se sabe prácticamente sobre el comercio en las Galias, aunque se descubran de vez en cuando signos que constituyen el asombro de los arqueólogos, como una crátera griega en la tumba de Vix. En realidad, los carreteros galos no construyeron tan gran diversidad de vehículos sólo para contemplarlos. Las Galias tenían una importante red de carreteras, y fue ésta la que permitió a César hacer cubrir a sus legiones, incluido el tesoro y la impedimenta, etapas de cuarenta kilómetros por día; y si se vio obligado a tender —excepto el construido sobre el Rin— un solo puente en toda su campaña (sobre el Allier), es porque ya había otros y porque disponía también de «pontífices». 
Por otra parte, los transportes se hacían asimismo por vía acuática, como prueban los famosos «nautes» parisienses. Y en cuanto al estaño de las islas Casitérides (Inglaterra), se necesitaba sólo una luna para ir de la desembocadura del Sena a la del Ródano. 
En fin, medio milenio antes de Jesucristo, los viajeros griegos recorrían ya las Galias meridionales.

El comercio estaba ya, pues, muy desarrollado. 
Pero he aquí un aspecto muy interesante de la cuestión: había un «tabú» sobre los viajeros. El viajero podía transitar por las Galias sin peligro de ser desvalijado ni molestado. El único «peaje» que se le exigía era, según parece, el de «contar» historias a las tribus o clanes que lo acogían. Y este tabú sólo habían podido imbuirlo los druidas, que tenían bastante poder, por lo menos moral, para hacerlo respetar. 
Los druidas daban una importancia especial a la profesión castrense. Los considero como los creadores de la caballería de armas, según lo demuestra el «Rameau Rouge», de Irlanda, caballería que fue desviada de su finalidad bajo la influencia de los equites romanos primero, y luego bajo la de los Reiter germanos, y que más adelante intentó enderezar san Bernardo: caballería de defensores y libertadores.

Esto se expresa muy cabalmente con la frase de san Bernardo a Thibaud de Champagne: La espada se te ha dado sólo para defender al pobre y al débil. 
Eran realidad, pues, esas cuatro «castas», que siempre fueron consideradas por los antiguos como necesarias para la sociedad y cuyo equilibrio condiciona la vida misma de un país: el campesino que alimenta, el artesano que provee de herramientas, el comerciante que distribuye y el soldado que defiende, cada uno de cuyas ocupaciones tiene su propia iniciación. 
Esto forma un bonito trébol de cuatro hojas, cuyo pedúnculo representa muy bien al druida... 
Estoy convencido —porque ello ha subsistido hasta ahora en las costumbres— de que cada tradición de oficio tenía sus tres estadios de iniciación, sus tres grados, que se encuentran señaladamente en el gremio guardián de las tradiciones: aprendiz, cofrade y maestro. 
No cabe duda de que éstas son castas, pero no castas de «raza». Según parece, el campesino podía llegar a ser caballero sometiéndose a esa «selección» que tanto asusta a los modernos...

No se sabe si la organización política fue obra de los druidas o si era ya anterior a ellos, pero, desde luego, es muy singular, al menos en lo que concierne a las Galias. 
Porque, en efecto, las Galias no eran una nación, sino una confederación de pueblos —como lo es la actual Confederación Helvética—, y los galos no estuvieron nunca prácticamente sometidos a yugo. De consiguiente, las Galias estaban constituidas por la reunión de cuatro grandes conjuntos de pueblos:

El Noroeste, que llevaba, sin duda, el nombre de Ar-Mor; el «País del Mar». 
El Nordeste, una parte del cual ha conservado el nombre de Ar-Duen; el «país de los Bosques». 
Este conjunto se convertirá en la Galia belga en tiempo de los romanos, pues, en efecto, debió de ser invadida por las tribus belgas hacia el año 500 antes de nuestra Era. 
El Sudeste, que llevaba tal vez el nombre de Ar-Vern —País de las Alnas» o «País de las Serpientes» (?)— o más bien, el «Verdadero País», con una idea de sagrado. 
En fin, el Sudoeste, que se convirtió en Aquitania, cuyo nombre original ignoro, pero que pudo ser el «País de los Caballos», o quizá «de los caballeros». 
Estas cuatro grandes federaciones tenían un punto de unión cuyo lugar se conoce aproximadamente. Jullian lo sitúa hacia Saint-Benoít-sur-Loire, pero algunas pesquisas me han inducido a desplazarlo más arriba del lugar (cerca de Lion-en-Sulias), donde unos túmulos han dado a conocer gran número de objetos galos y, en particular, unos jabalíes de bronce, emblema de los druidas. 
Este lugar se halla en la confluencia del Loira y del Quiaulne, en el actual Saint-Gondon, que fue conocido antaño, antes de que fuese santificado, con el nombre de Nobiliacum, traducción latina de un lugar «noble» o «de los nobles». 
Los autores latinos sitúan este lugar donde se celebraba cada tres años la asamblea política de las Galias in finibus Carnutum; ahora bien, el dominio de los carnutos termina precisamente en el Quiaulne, pasado el cual, empieza el dominio de los «bituriges», el actual Berry. 
Pero aquí acaban también los dominios de los senones y eduanos y, a causa de ellos, de las cuatro federaciones.

Había también en este lugar, además de los dólmenes y túmulos anteriores a los galos, un campo de piedras erigidas, que fue destruido por orden de Carlomagno. Y tal vez estas «piedras erigidas» señalaban las «juntas» de las Galias, las sesiones políticas en las que se planteaban los problemas concernientes a las cuatro federaciones. 
Puede verse aquí una lejana persistencia de lo que Platón dice de las reuniones de los reyes atlantes, quienes, en cada una de sus reuniones, «erigían la estela en la que se inscribían sus decisiones». 
En el poblado de Saint-Gondon existe todavía un montículo que muestra restos de «triple recinto», un «dunn» céltico (o anterior), que unos muros en forma de cruz (las alas de la torre, según la terminología local) separan en cuatro partes. 
Allí estaba el famoso «ombligo de las Galias». 
Parece que, en cada federación, los pueblos que la formaban tenían así un punto de unión para cuatro pueblos, donde, sin duda, celebraban sus asambleas políticas regionales. 
Uno de ellos está en Gisors, en que se encuentra asimismo, bajo los cimientos del castillo, un «dunn» de triple recinto; y Gisors estaba emplazado en el empalme de los «calétes» (Caux), «bellovaques» (Beauvais), «parisis» y «eburons» (Évreux). 
Al sur de Argenton-sur-Creuse se encuentra todavía el punto de unión, cerca de Saint-Benoít-du-Sault, en Luzeret, según parece, de los «pictons» (Poitiers), «bituriges» (Bourges), «arvernes» (Gergovie) y «lémovices» (Limoges). En la región abundan también las piedras megalíticas.

Por otra parte, esa abundancia en megalitos anteriores a los galos en todos estos puntos de enlace es la que nos mueve a creer —como ya he dicho— que las tribus celtas habían sido «distribuidas», a raíz de su invasiones, de acuerdo con un esquema preconcebido. 
Las fronteras entre los pueblos eran ríos, o bosques, sobre los cuales se ponía el «tabú» druídico. Así, la gesta de Irlanda —a la que hay que referirse, puesto que es la única bastante completa que nos queda—, cita ríos que podían cruzarse con armas por un solo puente. Lo mismo ocurría con los bosques. 
De suerte que los druidas habían logrado eso que jamás los reyes de Francia llegaron a realizar, o sea, la paz interior —salvo escaramuzas sin importancia en los lugares de paso—. La centralización «republicana» la consiguió sólo destruyendo la personalidad de los pueblos. 
Y he aquí también lo que nos hace volver de nuevo a ese «trébol de cuatro hojas» que el pueblo no ha dejado de considerar como un amuleto, como si tal símbolo hiciera recobrar la memoria atávica de los tiempos especialmente felices.

Veamos todavía una particularidad interesante: parece que los «puntos de enlace» de cuatro pueblos no eran ocupados por ninguno de ellos, sino por «destacamentos» de pueblos lejanos. Así, el enclave «tabú» de Gisors fue ocupado por «tricas-ses», y el de Nobiliacum-Saint-Gondon, por «bo'iens», y supongo también que los «bituriges vivisces», que ocupaban el «Entre-deux-Mers» del Bordelais, se encontraban en el enlace de los «santons», «pétrocores», «nitiobriges» y «vasates». 
Así se explica aquel affaire de Alesia, que suscitó tantas controversias. En efecto, César dice que Alesia, donde venció a Vercingétorix, está en el confín de los «lingons», un enclave mandubiano. De donde algunos «mandubianos» actuales hayan creído poder situar esta Alesia de la batalla en Alaise (Departamento del Doubs). 
Ahora bien, la Alesia de la batalla —se han descubierto allí todos los rastros de ésta— está realmente situada en la frontera de los «lingons» (Langres), pero también en las de los «tricasses», «eduanos» y «senos». No era, pues, ninguno de estos pueblos el encargado de la ciudad sagrada; antes bien, eran los mandubianos, y para César, Alesia era un enclave mandubiano. 
Estos lugares eran también «tabú», y nadie podía entrar allí armado ni presentar batalla. Siendo así, ¿quién sabe si las Galias no se mostraron reticentes en socorrer al jefe arverne culpable de haber llevado la guerra a un enclave sagrado?

Habría que estudiar de nuevo algunas páginas de historia... 
En aquellas asambleas políticas, los druidas no actuaban como «directores», sino más bien como consejeros con influencia preponderante. En efecto, el druida hablaba ante el «Rey», que no era quizá verdaderamente un rey, en el sentido en que se entiende ahora, ya que era elegido y podía ser sustituido. También era el último en hablar. Su palabra era, pues, la más decisiva y la que más influía sobre el voto de la asamblea, ya que era el más respetado y sabio. 
Respecto al colegio druídico, podemos afirmar, sin duda, que fue el que rigió las Galias sin tener el menor poder político. Y estoy convencido de que fue el papel que intentaron, y consiguieron a veces desempeñar los grandes abades benedictinos, pero sin que el pueblo pudiera intervenir.

Estoy persuadido asimismo de que fue el cometido que se les asignó socialmente a los Templarios cuando éstos alcanzaron un poder suficiente para contrarrestar la «voluntad arbitraria» de los reyes y grandes señores.
De todo ello me parece poder deducir que la tradición antigua occidental se transmitió por medio de los druidas o bajo su responsabilidad. 
Es indudable que se produjo un hiato cuando los druidas y sus discípulos fueron perseguidos: primero, por los romanos, que temían su acción emancipadora sobre gentes a las que se quería mantener esclavas, y luego por los cristianos, por razones de prerrogativas clericales. 
Sin embargo, un país celta había logrado escapar tanto a Roma como a las invasiones bárbaras, que imponían su cristianismo en provecho propio: burgundios, visigodos y francos. 
Irlanda era un país en que los druidas llegaron a ser cristianos, como lo exigía la ley rítmica de las eras, pero no cristianos sometidos a un cristianismo político, puesto que nadie los forzaba.

Por este motivo, al menos oralmente, conservaron la tradición que san Columbano traería al continente con ayuda de los benedictinos. 
Y cuando esa tradición haya sido enseñada de nuevo y se haya unido a la Gran Tradición, se levantarán las iglesias abaciales románicas y las catedrales góticas. 
 

* EXTRAIDO DE GIGANTES, MISTERIOS DE LOS ORIGENES. 

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