martes, 9 de diciembre de 2014

Los DOLMENES

* EXTRAIDO DE GIGANTES,MISTERIOS DE LOS ORIGENES.

LOS DÓLMENES

En su origen, el dolmen era una mesa de piedra, más o menos gruesa, de mayores o menores dimensiones, colocada sobre tres o cuatro pilares. Es una definición muy general, ya que existen diversos tipos de dólmenes, que respondieron quizás a necesidades distintas. 
Algunos fueron construidos al aire libre; otros, enterrados bajo túmulos. Es lógico pensar que tuvieron destinos diferentes, pero los hay que se hallaron bajo un túmulo y están ahora al aire libre o sólo enterrados en parte, lo cual no simplifica, desde luego, las investigaciones. 
Se han dividido, según su tipo, en dólmenes de varias mesas, en dólmenes de mesa simple y en galerías cubiertas, y resulta difícil, por no decir imposible, diferenciar verdaderamente los de varias mesas de las avenidas cubiertas. 
Añadamos a esta confusión el hecho de que hubo ciertamente dólmenes verdaderos y dólmenes imitados, porque es probable que se siguiera erigiéndolos cuando su razón de ser estaba ya olvidada, igual que se siguió edificando iglesias góticas cuando los datos de base de ese estilo no eran ya conocidos ni enseñados, y se siguió construyendo pirámides cuando ya se habían perdido sus principios y datos cósmicos.

Además, los «verdaderos» y los «falsos» tienen una cierta identidad de apariencia, pttes la técnica duró más tiempo que el principio, y la «Era de] dolmen» fue indudablemente muy larga. A principios de nuestra Era seguían erigiéndose pequeños, a modo de tumbas... 
Ello nos lleva a hablar del uso de los dólmenes, a los que casi todo el mundo está de acuerdo en considerar como tumularios. Y, sin duda, esto es cierto también, como también lo es en lo que respecta a las pirámides. 
Sin embargo, como dólmenes y galerías cubiertas eran, a buen seguro, monumentos sagrados, contrariamente a los men-hires y cromlechs, se plantea la cuestión: ¿fueron tumularios por ser sagrados, o sagrados por ser tumularios? 
Por las razones expuestas, sólo pueden ser conjeturales los estudios acerca de dichos monumentos; y, como los demás, seguirán siendo así hasta que se descubra el «principio» que está en el origen de su erección.

Toda la parte documental de lo que viene a continuación ha sido tomada del excelente librito de Fernand Niel Dolmens et Menhirs, que encierra, en forma condensada, una extraordinaria cantidad de informes geográficos y de otro orden . He hecho amplias transcripciones de dicha obra... 
El aspecto tumulario actual de estos monumentos es innegable. En los dólmenes se halla gran número de esqueletos, incluso demasiados y de tipos excesivamente dispares... Se encuentran —dice Niel— en un mismo monumento restos de incineración e inhumación, como en el dolmen de Truans cerca de Saint-Affrique (Aveyron). Además, los cuerpos se hallaban tanto acurrucados como tendidos. En la galería cubierta de Ossun (Bajos Pirineos) aparecían con la espalda apoyada en la pared, y en el dolmen de Collorgues (Gard), una quincena de esqueletos habían sido dispuestos "como los radios de una rueda de coche"... Los esqueletos de niños no son tan raros, y aun el de un cachorro de perro al lado del de una anciana en el dolmen de Eyford (Gloucestershire, Inglaterra).

Pero el aspecto más curioso de estas tumbas reside en el número, relativamente elevado, de esqueletos hallados a veces en un mismo dolmen. Cuernos algunas cifras: 80 esqueletos en el dolmen de Monte Abráo (Portugal), 62 en el del Monastier (Lozére), 50 en el de Port-Blanc (Morbihan), 64 en la avenida cubierta de Épone (Seine-et-Oise), 100 en la de Chamant (Oise), 300 en el dolmen de Sainte-Eugénie (Aude), etc. En Escandinavia, cuando el dolmen no podía ya dar cabida a las osamentas, éstas se dejaban fuera del monumento... 
Es evidente que durante siglos el dolmen que se encontraba allí sirvió de necrópolis; pero, ¿fue ése su destino original? ¿No sería un medio de poner a los muertos bajo la protección de un monumento sagrado, aunque su origen se ignoraba? 
Por otra parte, Niel reconoce muy razonablemente: 
Habría varias reservas que formular en cuanto al destino del dolmen-tumba. Algunos de estos monumentos, compuestos de soportes en forma de pilares, no se prestan a un destino funerario. Igual ocurre por lo que respecta a otros erigidos sobre bancos de rocas naturales. Se han visto construidos sobre fuentes o en el lecho de los ríos. Sería posible, pues, que, en diversas circunstancias, monumentos del tipo dolmen hubieran sido edificados con un fin distinto del de cobijar restos humanos...

Finalmente, el hecho de encontrar esqueletos en los dólmenes no significa nada en absoluto o, cuando menos, no proporciona informe alguno acerca de la razón de ser de tales monumentos, como tampoco los restos que reposan en las criptas de nuestras iglesias y catedrales, y cuyo número va aumentando de siglo en siglo. Como máximo, podemos afirmar que los dólmenes sirvieron de tumbas individuales o colectivas, pero no cabe aseverar que ésta fuese su finalidad primitiva, y, en efecto, aparte los cuerpos, en estos monumentos se encuentra de todo y de todas las edades: sílex tallados, hachas pulidas, espadas, puñales y hachas de bronce, estatuillas de divinidades galas o romanas, monedas romanas..., y hasta liarás con la efigie de Luis XIII. 
Tampoco nadie ha podido explicar jamás de modo satisfactorio cómo pudieron ser construidos los dólmenes, no los pequeños, sino los grandes, cuya realización deja a uno pensativo. 
Conviene dar algunas cifras, pues son más elocuentes que todas las explicaciones. 
He aquí las dimensiones y pesos aproximados de mesas de algunos dólmenes: Bagneux (Maine-et-Loire), 7,50 X 7x 0,50; 52 toneladas; Mané-Ritual Locmariaquer (Morbihan), 11,50 X 4,50 X 0,50; 60 toneladas; Antequera (España), la gran mesa: 8 X 6,50 X 1; más de 100 toneladas; Bournand (Vienne) pesaría 110 toneladas y, en fin, en Gast, en Calvados, una mesa, de la que no se está seguro que sea dolménica, mide 10,60 X 3,50 X 4, o sea, 148 m3, y pesa, como mínimo, 300 toneladas.

Ahora bien, todas estas piedras fueron extraídas del lugar donde se encontraban, transportadas —y, a veces, a enormes distancias— y erigidas sobre montantes puestos en el lugar y, a menudo muy altos, ya que algunos dólmenes están a 3,50 y a 4 metros sobre el suelo. 
En Pépieux (Aude) —dice Fernand Niel—, un dolmen se encuentra sobre una eminencia aislada, de amplia cima, pero de declives tan acentuados que se pregunta uno cómo pudo ser acarreada hasta allí arriba una mesa de treinta toneladas por lo menos. 
No se entrevé más medio que la construcción de una enorme calzada enteramente en forma de terraplén y formando un plano inclinado desde el llano hasta la cumbre. Por supuesto que no queda la menor huella de esa vía sobre la que habría avanzado la colosal mesa.

Distribución de los dólmenes en Occidente (según Fernand Niel).
Desde luego, tratamos de imaginarnos cómo debieron de realizarse aquellos desplazamientos, y lo hacemos en función de la idea que nos forjamos del desarrollo de la sociedad de aquel tiempo, lo cual equivale a decir que tomamos el problema al revés: nos imaginamos a hombres de quienes sabemos bien poco y, según lo que nos hemos imaginado, buscamos los medios empleados. Es tan poco lógico como posible. 
Y esto lo falsea todo, porque se admite a priori que se trata de primitivos subdesarrollados. Y constituye un procedimiento mental bastante común en nuestro tiempo, que niega todo saber a aquellos que no tuvieron o no aplicaron nuestra ciencia.

Es más científico admitir —como hace la tradición popular—, que, no habiendo podido ser transportadas estas piedras por hombres corrientes, fueron manejadas por gigantes. Y el problema es realmente éste: si las piedras eran demasiado pesadas para hombres comunes, las tendrían que desplazar y erigir individuos para los cuales el peso no era un obstáculo insuperable. 
Y ello, mediante el empleo de máquinas de las que no tenemos idea, o bien por efecto de una maestría desconocida sobre las fuerzas de gravitación. 
Ninguno de los medios imaginados es válido para las mesas más pesadas: ni los trineos sobre un camino de arcilla húmeda, ni el acarreo sobre troncos de árboles. Sólo una ciencia extraña para nosotros pudo realizar esos transportes y construcciones. 
Se ha lanzado la idea de que estas piedras pudieran ser puestas «en vibración» hasta obtener, por ultrasonido o infrasonido, una especie de «impulsos» que permitieran desplazamientos mínimos, pero repetidos... 
Las observaciones más interesantes en este campo me parecen las hechas por Gérard Cordonnier, ingeniero jefe del Gente maritime y expuestas —aunque no a tal respecto— en una publicación en que se estudian los fenómenos espaciales :

Es bien sabido —escribe Gérard Cordonnier—, que, a raíz de las sesiones de "espiritismo"', las personas reunidas en "cadenas cerradas" para "hacer girar mesas" han sido testigos a veces de levitaciones extraordinarias. Muebles de un peso considerable se han levantado y perseguido a los asistentes de forma amenazadora..., escapando a todo control... Entre los místicos cristianos y otros se encuentran casos de levitación, atestiguados también por tantos testigos (véase también el caso de Francoise Fontaine, de Louviers, citado anteriormente), que no cabe ya la duda... Los testigos de tales hechos han comprobado que el cuerpo del extático se había vuelto tan ligero, que oscilaba al menor soplo de aire. No se trataba, pues, de un cuerpo en equilibrio entre la gravedad y una fuerza antagónica, sino de un cuerpo que había alcanzado un grado de máxima levedad y cuya masa se había anulado, tal vez bajo la influencia de un campo "biopsíquico". 
Gérard Cordonnier emite al respecto una hipótesis de trabajo muy sugestiva, según la cual la estructura de masas elementales podría ser «vectorial»; una polarización, una «orientación» de esos vectores podría «hacer transparente» un cuerpo a los efectos de la gravitación en un sentido determinado. Se obtendría el efecto de polarización si se supiera crear un campo de orientación que actuara por resonancia.

No parece —en la teoría de Gérard Cordonnier— que esa «polarización» de las fuerzas gravitacionales requiriera una «energía» en el sentido en que nosotros la entendemos, sino sólo un «saber» como el exigido para abrir un candado de letras. 
La hipótesis es tanto más atractiva cuanto que reúne ese aspecto de la Ciencia tradicional según el cual el hombre, y más especialmente el «místico», está dotado de extraños poderes, algunos de los cuales reconoce humildemente san Bernardo haberlos recibido de Dios... 
De lo que no cabe la menor duda es de que, sea cual fuere la Ciencia que permitió la erección de los dólmenes, quienes los construyeron o los hicieron construir tuvieron, al hacerlo, un objetivo que no debía de ser específicamente tumular, y podemos estar seguros también de que el fin perseguido no era personal ni el resultado de una superstición. 
Se les puede, sin duda, conceder bastante altruismo como para creer que tenían presente un instrumento de evolución humana. En efecto, ya hemos visto que aquellos sabios daban, a los pueblos entre los que residían, la agricultura, la ganadería y unas «técnicas». El dolmen hubo de inscribirse entre esa aportación civilizadora.

¿Cómo? Con igual título, supongo, que todos los templos y catedrales: como instrumento de acción directa sobre el hombre. Y para eso hacía falta la ayuda de la tierra, es decir, del lugar. 
Es indudable que los lugares fueron escogidos. En efecto —dice Fernand Niel—, los constructores de dólmenes erigieron a menudo sus monumentos muy lejos de los lugares de extracción. Se citan los materiales de la galería cubierta de Essé (Ille-et-Vüaine), entre los cuales figura una mesa de 45 toneladas de peso, que habría sido transportada a una distancia de 4 kilómetros... Las losas del dolmen de Saint-Fort-sur-Né (Chórente), a 30 kilómetros; las del dolmen de Moulins (Indre) a 35 kilómetros, y una losa del dolmen de Soto (España), a 38 kilómetros. Igual ocurriría en Corea, donde los materiales de 22 dólmenes de Sune-Sane-Hi habrían sido transportados por vía fluvial...

Así, pues, se trata de «utilización» del lugar y de sus propiedades... 
¿De qué manera? A este respecto, me gustaría emitir una hipótesis: 
En cuanto a las galerías cubiertas o los dólmenes bajo túmulo, parece que se quiso «rehacer» allí la caverna, o sea, el paraje donde las corrientes telúricas se hallan —diría yo—, en estado puro. Y no creo que los pitagóricos siguieran otro imperativo cuando construyeron la «basílica» de la Puerta Mayor . 
Por otra parte, conviene advertir, a este propósito, que gran número de galerías cubiertas están acodaladas exactamente como la mayor parte de las grandes iglesias de la Edad Media o de los templos egipcios, lo cual sea tal vez una persistencia de la tradición. 
Por lo que se refiere a los levantados «al aire libre», muchos presentan una particularidad muy digna de nota. Se hubiera creído que «mesas» de piedra de tanto peso habrían sido instaladas con el máximo de «base»; no es así, antes al contrario. Se tuvo buen cuidado en no hacer descansar la mesa, sino sobre el mínimo de su superficie, casi en los extremos, de suerte que tuviera el menor contacto posible con los montantes. 
A veces hasta se consiguió el resultado de hacer descansar la mesa, en cierto modo, sobre «unas puntas de agujas», introduciendo, entre el montante y la mesa, un minúsculo tejo redondo, que soporta así todo el peso sobre puntas.

Habría allí una especie de absurdo, de reto a la solidez, si no fuera probable —dado que la cosa era evidentemente deseada— que hiciese falta que fuese así para la utilización que se pretendía. 
Además, en muchos dólmenes, ese «apaño» se mantuvo más allá de los milenios; es preciso, pues, que este aspecto algo «bárbaro» que les encontramos porque nos hemos habituado a las piedras «escuadradas», no lo sea realmente, ya que presenta esa perennidad, esa resistencia. 
Por tanto, nos vemos inducidos a creer que si las piedras de las mesas parecen ser toscas, es precisamente porque se quiso que fuesen toscas, sin «talla» previa. 
Así, pues, hay tres elementos: el lugar, la piedra y su modo de «suspensión». 
Respecto al lugar ya hemos tratado. 
¿Y la piedra? Al ser tosca, se toma como una entidad; una formación natural considerada en su plenitud. La piedra es una creación lenta de la tierra, del agua, del fuego, de las presiones y de las corrientes. Sacada del suelo, es la materia misma de éste. Sólo ha podido formarse, ya sea gresosa, calcárea, esquistosa o lo que se quiera, de acuerdo absoluto con todas las leyes terrestres, solares y cósmicas. Nada hay que sea terrestre que no esté en ella. Tiene su vida propia, según su textura y su lugar, que está en concordancia con la vida de la tierra. Su misma división laminar y su separación en bloques pertenecen a la historia de la Tierra. La herramienta no puede sino destruir esa unidad.

Su segunda propiedad es la de ser un acumulador. Si calentáis la piedra, el calor se acumula en ella; lo conserva y lo suelta sólo lentamente. En el lenguaje de los físicos, se dice que es refractaria como su hermano artificial el ladrillo. Y, por supuesto, es acumulador no sólo del calor, sino también de magnetismo y, sobre todo, de vibraciones. La piedra se pone fácilmente en resonancia, vibra sin dificultad. Toda vibración que esté de acuerdo con ella, según sus dimensiones, encuentra eco en la misma. 
Ahora bien, este acumulador resonante va a ser colocado justamente en las mejores condiciones de resonancia, es decir, sobre unas puntas que no sofocarán las vibraciones. Además, la piedra, en virtud de su peso, que tiende a doblarla —a lo que se opone su cohesión—, se encuentra «bajo tensión», o sea, que sus propiedades de resonancia son acrecentadas. Tenemos entonces que habérnoslas con un conjunto que se asemeja mucho a un instrumento musical. 
Que la tabla de armonía existe es, desde luego, un hecho, y yo lo he comprobado personalmente; pero saber cómo y por qué se utilizaba esta tabla, qué clase de acción se buscaba, eso rebasa ya el dominio de la conjetura.

En Los misterios de la catedral de Chartres hice notar que un resultado análogo de tensión de la piedra se había obtenido, en el edificio gótico, mediante el sistema de la intersección de ojivas; al ser la acción buscada un «acondicionamiento» del hombre en un sentido evolutivo, no es imposible que ocurriera lo mismo con la erección del dolmen. Con la diferencia de que éste es edificado por algunos individuos, y la catedral gótica, por una multitud. 
Aunque los dos monumentos se asemejan a las antípodas entre sí, existen otros puntos de aproximación entre la catedral y el dolmen: el de una utilización de capas de agua subterránea. Como las catedrales, los dólmenes tienen generalmente su pozo, el pozo dolménico, que parece haber pertenecido al conjunto que debía de constituir el dolmen y su recinto. Y muy a menudo, el agua de esos pozos tiene algunas propiedades terapéuticas. El nombre de Bonneau para dólmenes no suele ser tan raro.

Parece verosímil que exista cierta correlación entre esta agua y la acción buscada en el dolmen y, sin duda, también en las catedrales. 
Por todas estas razones, considero el dolmen como un instrumento de enseñanza directa por «puesta en estado» del neófito. 
Y probablemente como la acción de los dólmenes difería según los lugares e «instrumentos», una iniciación completa exigía el «viaje de iniciación» de un lugar dolménico a otro igual... 
Por otra parte, el viaje de iniciación siguió siendo una tradición que observaban los filósofos griegos y practicaban los druidas, herederos de un saber antiguo, viaje que terminaban, en tiempo de César, en Gran Bretaña, quizás en el «templo» de Stonehenge. 
No queda descartado que aquel «viaje» de los iniciados fuese anterior a la sumersión del canal de la Mancha. 
Porque los druidas figuran como los herederos de un saber anterior.

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