¿Antes
y después de las pirámides de Gizeh?
En este artículo (Por: Manuel José Delgado y José Álvarez López) el blog comentará sobre 2 pirámides de Egipto,
una de la III y otra de V Dinastía. Así, podremos darnos cuenta del problema
que supone ubicar –como lo hace la historia oficial a las Pirámides de Gizeh en
la IV Dinastía. Como así también de la diferencia entre la perfección
milimétrica del complejo de Gizá y las demás pirámides, a las cuales, después
de la lectura del siguiente informe, se podrían considerar como simples
imitaciones de los egipcios... que, como otras grandes civilizaciones antiguas,
codiciaron imitar a aquellos longevos “dioses” de antaño que –según el Papiro
de Turín, por dar un ejemplo, gobernaron al antiguo y misterioso Egipto
predinástico.
El tiempo ha pasado factura de tal forma a la pirámide del faraón Sekhemjet que
hoy es casi imposible adivinar su antigua fisonomía. Sin embargo, son muchos
los que sostienen que esta construcción muestra aún la clara diferencia que
existe entre las pirámides que hicieron los dioses y aquellas que intentaron
emular los hombres. Dicen que nunca llegó a concluirse, aunque es probable que
se desmantelara, sirviendo sus piedras para alzar otras construcciones. Hoy es
una masa informe de rocas sueltas y arena, perdida en la soledad abrasadora de
la necrópolis de Sakkara.
Pocos se acercan a sus alrededores. Los guías y guardianes avisan al turista despistado que se adentra en sus dominios de la existencia de peligrosas serpientes que abundan en el área. Los más osados llegan hasta un punto en el que, mientras se preguntan dónde se encuentra la pirámide, descubren que la están pisando.
En los libros, esta pirámide aparece como la gran olvidada; como si se quisiera correr un tupido velo sobre lo que oculta en su interior. Porque el extraordinario valor de lo allí descubierto no fue lo que contenía, sino, curiosamente, lo que nunca llegó a encontrarse, poniendo de manifiesto uno de los mayores enigmas del Antiguo Egipto.
UNA TUMBA INVIOLADA QUE NO CONTENÍA NADA
Allá por el año 2600 a.C. el faraón Sekhemjet, de la III Dinastía, decidió construir –sobre la base de una cámara subterránea ya existente– la pirámide que contendría sus objetos personales de culto de vida y muerte. Con el paso del tiempo las piedras fueron desmembradas y lo que quedó del edificio se derrumbó. Sólo su interior permanecería intacto hasta que, en 1951, el arqueólogo Zakaria Goneim descubrió la entrada original.
Excavada en la roca de la base de la pirámide, encontró una cavidad que conducía a un pasadizo. Aunque despejarlo de escombros costó varios años, por fin pudieron llegar hasta la puerta de acceso a las salas subterráneas. Los sellos, que encontraron intactos, señalaban que la tumba no había sido violada, por lo que los investigadores pensaban que en su interior encontrarían todo aquello que, 4.600 años atrás, había sido depositado allí por sus constructores.
El doctor Goneim cedió el honor de dar el último martillazo al entonces ministro de Cultura egipcio, penetrando en el sepulcro el 8 de Marzo de 1954. El centro de la sala estaba presidido por un fabuloso sarcófago de alabastro pulido, alrededor del cual se hallaron restos de ajuar funerario y algunas joyas. Lo más emotivo fue que sobre el féretro había un ramo de flores marchitas, depositadas probablemente por algún miembro de la familia del faraón como último gesto de cariño en la despedida al ser querido. El entusiasmo se apoderó de los arqueólogos, ya que ¡por fin! –pensaban– se habían descubierto los restos intactos de un faraón del Imperio Antiguo.
El 26 de Julio del mismo año todo se encontraba preparado para abrir el sarcófago, que estaba realizado de una sola pieza y poseía una puerta vertical corredera en un lado. En el recinto se dieron cita autoridades y estudiosos, así como numerosos periodistas. Los focos iluminaron la estancia y los fotógrafos se dispusieron a inmortalizar el evento. Se introdujeron cinceles y cuñas por las ranuras, mientras que con cuerdas se procedió a izar la tapa. Los arqueólogos tenían preparados diversos compuestos químicos para administrar rápidamente a los restos que hubiera dentro, con el fin de preservarlos de la degeneración producida por el ambiente. Zakaria Goneim fue el primero que introdujo su cabeza por la abertura para descubrir, finalmente, que el interior estaba lleno de... ¡aire! Ningún objeto, ningún rastro de materia, ni una sola muestra de polvo... Los exámenes que se realizaron posteriormente demostraron que allí nunca había habido elemento orgánico alguno.
SOBRE LA AUTÉNTICA FUNCIÓN DE LAS PIRÁMIDES
La de Sekhemjet no ha sido la única pirámide inviolada que se ha encontrado en Egipto. Y, en el resto de las halladas en similares condiciones –hay más de 100 censadas–, tampoco se ha encontrado resto de faraón alguno. Un hecho que suele explicarse aludiendo a que, por temor a que se profanaran sus cadáveres, los soberanos gastaron gran parte de sus vidas y de sus bienes en construirse estos mausoleos para luego hacerse enterrar, en secreto, en otro humilde lugar. Otra explicación hace referencia a noveladas historias de saqueos y supersticiones que, sin embargo, adolecen de rigor histórico. Pese a todo, y basándose en tan débiles –y a veces inventados– argumentos, los egiptólogos e historiadores se han apresurado a difundir, como dogma de fe, que las pirámides son tumbas. Así podemos leerlo, al menos, en la mayor parte de las enciclopedias y libros de texto.
El problema estriba en que pretendemos dar explicaciones a las iniciativas constructoras de nuestros antepasados en base a los restos pétreos que se han conservado, ya que ni los relieves ni los papiros egipcios aclaran nada al respecto, mientras que los jeroglíficos guardan aún para nosotros muchos secretos. Por tanto, las interpretaciones están sujetas a error y, así, podría ser que las pirámides no fueran concebidas originariamente como tumbas.
Es cierto que en estas construcciones se desarrollaron actos relacionados con la muerte y la resurrección, pero nunca física, sino espiritual o psíquica. De hecho, todas ellas tienen un templo adosado de mayores o menores proporciones donde se celebraban los ritos que dieron la razón de ser a las pirámides, ya que todas ellas fueron concebidas con el propósito de complementar las ceremonias. Los templos de los edificios más modestos son hoy irreconocibles y existen muy pocos complejos que se hayan conservado más o menos intactos con el paso de los años.
CEREMONIAS MÁGICAS PARA PROLONGAR LA VIDA DEL REY
Uno de ellos es la famosa pirámide escalonada del rey Zoser, que, dominando toda el área de Sakkara, se encuentra situada cerca del mausoleo de Sekhemjet. Es muy probable que su impresionante patio de ceremonias anejo sirviera no sólo a Zoser, sino también a otros faraones que le siguieron en reinado. En este lugar se celebraba el ritual de Heb-Sed, la “Fiesta del Jubileo” del faraón.
De la interpretación de algunos jeroglíficos y representaciones se deduce que la Fiesta del Sed servía para prolongar la vida y el reinado del monarca por medio de ceremonias mágicas cuya práctica nos es desconocida. Según el profesor Edwards, jefe del Departamento de Antigüedades Egipcias del British Museum, el origen del Heb-Sed se remonta a épocas muy lejanas en las que los egipcios creían que la prosperidad del reino sólo podía ser asegurada por un rey que mantuviera intacto su vigor físico. La ceremonia tendría la finalidad de que el monarca pudiera recuperar su vigor de juventud, de forma que no hiciera falta reemplazarlo por un faraón más joven. Como la festividad podía durar meses, existía un pabellón, adosado al templo, habilitado como residencia del rey. Más difíciles de interpretar han sido el inmenso conjunto de corredores, cámaras, escaleras, etc. del atrio del Heb-Sed, aunque se puede afirmar que todos los explorados son idénticos, variando exclusivamente en función de su monumentalidad.
Aunque abundan los egiptólogos que siguen pensando que las pirámides son tumbas, hay otros muchos partidarios de la idea del cenotafio. Es decir, que estas construcciones habrían sido concebidas en realidad como monumentos funerarios para albergar las ceremonias de rejuvenecimiento del faraón, pero no su cadáver. Aceptada esta segunda posibilidad, la cuestión consiste ahora en valorar la naturaleza de ese “rejuvenecimiento” y su relación con la magia y la hechicería, prácticas en las que creían los egipcios, pero cuya eficacia hoy se pone en duda.
La primera fase del Heb-Sed consistía en la muerte ritual del faraón, quien era introducido en su sarcófago y colocado después en el interior de la pirámide, acompañado de las ceremonias de duelo que duraban varios días, como si de una muerte real se tratase. No se sabe cómo, pero el monarca soportaba esta larga permanencia dentro del féretro; es probable que para ello hubiera que administrarle alguna droga o someterle a algún estado de hipnosis, catalepsia o hibernación. Transcurrido el tiempo necesario, le aplicaban sustancias químicas desconocidas que, junto a las ceremonias mágicas, le hacían “resucitar”, “nacer de nuevo” para coronarse como rey.
En caso de que el sortilegio en cuestión no funcionara, se procedía a realizar los llamados “exámenes de juventud”. Así, existen representaciones del faraón corriendo con una trilla en una mano alrededor de un circuito a gran velocidad. Aunque no podemos adivinar en qué consistía la prueba, el hecho de que una de las salas del Heb-Sed estuviera dedicada al dios Min –divinidad de la fertilidad representada como un toro blanco con el falo erecto– indica que estaba relacionada con la virilidad.
Otro de los templos que contiene referencias a estas ceremonias es el de Dendera, donde se dice que estas celebraciones se remontan al tiempo de “los servidores de Horus”, es decir, a la época de los reyes predinásticos. Por su parte, la piedra de Palermo indica, asimismo, que Udimu, rey de la I Dinastía, protagonizó ceremonias parecidas de entronización y de vigor físico. En la citada roca hay seis signos jeroglíficos que significan “correr”. No cabe duda de que los rituales se desarrollaban ya en el Egipto predinástico.
EL AGUA Y LA GRAN PIRÁMIDE
Admitir la efectividad de estas ceremonias para rejuvenecer al monarca parece cosa de ciencia ficción; sin embargo, estudios recientes avalados por eminentes científicos arrojan algo de luz sobre este enigma.
Así, el profesor ruso Karl Sigmundovich Trincher, basándose en sus investigaciones sobre las propiedades –hasta ahora ignoradas– del agua, explica que este líquido es la sustancia con mayor poder dieléctrico conocida. La capacidad común es 10, pero el agua tiene 80. Esta cualidad origina múltiples anomalías que desafían las leyes de la Física y la Química. Si se tratase de un elemento normal, debería hervir a 230 grados bajo cero o contraer volumen tras su enfriamiento. Pero sus cambios de líquido a sólido o a gaseoso no tienen parangón en ningún otro elemento. Por otro lado, se sabe que el ángulo de las valencias del oxígeno es, en el agua, de 104 grados y, que, según demostró el Premio Nobel Limus Pauling, la molécula de agua no es H2O, sino un polímero constituido por cinco H2O colocados en los cinco ángulos de una pirámide de base cuadrada cuyo ángulo es de 52 grados. Es decir, idénticas proporciones a las de la Gran Pirámide, lo que convierte a esta construcción en el mayor monumento dedicado al agua en la historia.
LOS INCREÍBLES EXPERIMENTOS DE PICCARDI
El agua posee dos tipos de cristales: sólidos –los comunes, como los de la nieve– y líquidos. Pauling descubrió que estos últimos se ordenan cuando el agua se coloca en el interior de una pirámide. El comportamiento de estos cristales líquidos provoca fenómenos que fueron observados por el químico y físico florentino Giorgio Piccardi, cuyos resultados determinan los llamados Tests de Piccardi. El procedimiento es simple. En una probeta se coloca un precipitado lechoso, consecuencia de mezclar cloruro de bismuto con agua. Más tarde se observa cómo la sustancia más pesada comienza a separarse de la más liviana. Piccardi demostró que el tiempo que tardaba en tener lugar este fenómeno de precipitación variaba con las horas del día, con los meses del año e, incluso, con los ciclos solares de 11 años. Una de las pruebas realizadas por este experto consistió en comparar dos precipitados iguales, uno situado en el medio ambiente del laboratorio y otro protegido por un blindaje metálico hermético. El último decantó mucho más rápido debido a que el blindaje impedía que las ondas electromagnéticas del ambiente entraran en el tubo de ensayo. Por el contrario, en el caso del primero, las ondas mantuvieron la flotación de los coloides.
Aplicado a las pirámides, este experimento tiene, como veremos, resultados sorprendentes. Realizamos la prueba anterior con una solución de cloruro de bismuto en tres tubos de ensayo diferentes: el primero, sometido al medio ambiente normal; el segundo, protegido por una caja de metal blindada; y el tercero, situado bajo una pirámide de plástico. Añadimos agua a los tres tubos, con lo que se produce la hidrólisis (oxicloruro de bismuto), dando como resultado, de forma casi inmediata, una solución lechosa. Sin embargo, la decantación tendrá lugar en tiempos diferentes: tres minutos para el tubo sometido al medio ambiente, uno en el caso de la probeta blindada y ¡quince! cuando se trata del tubo colocado en el interior de la pirámide. Es decir, la solución “protegida” por la pirámide comienza a precipitarse cinco veces más tarde que aquella “abandonada” a las circunstancias del medio ambiente. Piccardi explica el fenómeno de la siguiente forma: en contacto con la energía electromagnética que llega desde el espacio, los coloides se mantienen en suspensión, mientras que en cualquier sustancia que se aisle de estas radiaciones los coloides se precipitan rápidamente.
Además, según Piccardi, las moléculas de agua funcionan como antenas que captan las radiaciones del Cosmos. Así se explica –dice– que la velocidad de decantación sea mayor en el mes de Abril que en Septiembre, ya que el movimiento de la Tierra en la galaxia es máximo en Abril y mínimo en Septiembre.
Como hemos visto, una pirámide retarda enormemente la floculación coloidal. En nuestra tecnología actual hay muy pocos medios capaces de provocar la liofilización de un coloide; entre ellos se encuentra la denominada goma arábiga, que prolonga el tiempo de suspensión de una solución coloidal. Fuera de estos métodos, sólo las pirámides funcionan como suspensores coloidales.
¿SON LAS PIRÁMIDES INSTRUMENTOS DE REJUVENECIMIENTO?
Pero hay más. Según la medicina, el envejecimiento está conectado a un proceso de floculación coloidal, es decir, que existe un espesamiento citoplásmico concomitante con el proceso de la vejez. Si, como hemos visto, una pirámide puede prolongar la vida útil de un coloide, también podría hacer lo mismo con la vida humana, constituyendo un medio idóneo para “alargar” la juventud.
Una teoría que está avalada por los estudios del biólogo ruso Trincher, quien ha logrado medir la neguentropía del agua intersticial de los glóbulos rojos. El envejecimiento es un aumento de entropía, un proceso que puede quedar anulado –o contrarrestado– por la acción de la antientropía o neguentropía. La teoría de Trincher conecta con la investigación piramidal porque, según el profesor, la neguentropía reside “en estados cristalinos metastables del agua”. Si ese proceso del agua se produce en el interior de una pirámide y si una creación de neguentropía es siempre un aumento de juventud, la pirámide, indudablemente, rejuvenece.
Muchos han sido los experimentos realizados en torno a la estructura piramidal de ángulo 51 grados 50 minutos (Gran Pirámide de Keops) y su influencia en los comportamientos de enzimas y hormonas. Los mejores de ellos se han llevado a cabo por parte del Instituto de Estudios Avanzados de Córdoba (I.E.A.), en Argentina, entidad pionera en las investigaciones físicas y biológicas relacionadas con el llamado “poder piramidal”.
Esta “energía piramidal”, que se manifiesta en múltiples aplicaciones, asoma de forma indiscutible –para escarnio de los escépticos– en el comportamiento de las enzimas, según se desprende de los experimentos realizados en el I.E.A. Los científicos del instituto pusieron un sustrato y una enzima en diversas probetas, unas arropadas por una forma piramidal, otras situadas en el medio ambiente. La enzima tiene la propiedad de acelerar diversos procesos de transformación química, ya que actúa como un catalizador. La pirámide, por su parte, actúa como “modificador” de esa capacidad. Así, por ejemplo, se pudo comprobar que la ureasa transformaba la urea en amoníaco con un 150 por ciento más de rendimiento si ambas sustancias eran colocadas bajo una pirámide de plástico de medidas proporcionales a las de la Gran Pirámide. Otros ensayos enzimáticos dieron como resultado rendimientos del 70 por ciento para la lipasa, que desdobla las grasas en ácidos grasos y glicerina; el 50 por ciento para la invertasa, que transforma la sacarosa en glucosa; el 42 por ciento –es decir, una disminución o bloqueo– en el caso de la amilasa, que desdobla el almidón en glucosa, y diversas alteraciones en otras enzimas como la catalasa, que demostró resultados irregulares.
No cabe duda de que si, por un lado, estamos llegando a ver algo de luz en los misterios del Antiguo Egipto, por otro surgen cada día mayores interrogantes. ¿Quién enseñó a los primitivos habitantes del Nilo ciencias tan desarrolladas? ¿Es posible que estemos ante lo que algunos investigadores llaman “ciencia biológica extraterrestre”?
Egipto está salpicado de antecedentes sobre datos concretos y logros a los que nuestra moderna tecnología aún no ha llegado. Astronomía, Arquitectura, Bioquímica, geometría espacial y un largo etcétera de materias que aparecieron de forma anacrónica y que, incomprensiblemente, se fueron olvidando con el tiempo. Los más desarrollados logros de aquella cultura se produjeron en sus comienzos, cuando el hombre, en plena Edad del Cobre, apenas acababa de abandonar el Paleolítico. Durante el Imperio Antiguo se elaboraron técnicas de todo tipo que sólo 200 años más tarde resultaron prácticas desconocidas, como si hubiesen muerto, o vuelto a sus orígenes, los seres que manejaron un saber todavía inexplicado.
Y después... la nada. El crecimiento cultural de Egipto sufrió las consecuencias de la pérdida de esos conocimientos superiores. Muchas de aquellas grandes experiencias fueron convirtiéndose, con el paso del tiempo, en meras supercherías y costumbres al uso que, simplemente, trataban de rememorar, sin conseguirlo, aquel pasado glorioso que –como todo parece indicar– vino de la mano de los dioses del espacio...
Localización: Abusir, El Cairo.
Antigüedad: V Dinastía (2458-2446 a.C.).
Tipo de Pirámide: Regulares curvas rectas.
SAHURE, CUANDO LOS HOMBRES NO PUDIERON IMITAR A LOS DIOSES
Las pirámides de Abusir se ven desde todos los lugares. Los millones de turistas que visitan Giza o Sakkara pueden divisarlas a lo lejos. Pero, aunque todos saben dónde se encuentra esta zona arqueológica, lo cierto es que sólo unos pocos han estado allí. Recortada en el horizonte, perdida en mitad de todos los sitios, sus piedras duermen el letargo del abandono. Es posible que fuera esa soledad lo que llevó a los faraones de la V Dinastía a elegir este lugar para elevar en él sus santuarios. Si fue así, consiguieron su propósito, ya que durante milenios sólo los chacales perturbaron el silencio de Abusir, pues los saqueadores prefirieron profanar otras necrópolis más ricas y el viento fue amontonando arena sobre tan enigmáticas construcciones.
Son muchos los misterios que quedan por resolver en Abusir. El primero de ellos es evidente: veinte años después de haber erigido las de Keops, Kefrén y Micerinos, a los egipcios se les “olvidó” cómo edificar pirámides. La arqueología oficial explica este enigma de forma, cuando menos, poco convincente. Durante el reinado de estos monarcas de la IV Dinastía –dice–, el pueblo vivió oprimido por sus gobernantes, obligado a dedicar todo su esfuerzo en amontonar bloques en su honor. Posteriormente, con la siguiente dinastía, los trabajadores volvieron a sus quehaceres habituales, por lo que los nuevos reyes no contaron ni con la mano de obra ni con los fondos necesarios, que sus predecesores se ocuparon en derrochar. Una teoría que, como vemos, no termina de explicar lo sucedido hace más de 4.500 años.
¿INVOLUCIÓN ARQUITECTÓNICA?
La perfección de las pirámides de Giza es de tal envergadura que, para acometer esta empresa, sólo puede pensarse en obreros especializados y no en cientos de miles de labradores privados de su forma de vida cotidiana. Veamos por qué. Los estudios realizados en los pocos bloques de revestimiento que quedan de la Gran Pirámide indican que sus seis caras, con más de 16 metros cuadrados de superficie, fueron terminadas con un error óptico de 0,05 milímetros por metro, lo que supone una perfección mayor que la conseguida en la lente principal del telescopio de Monte Palomar. Este ajuste óptico de caras y perfiles se realizó en los 27.000 bloques de revestimiento que conforman la obra. Es decir, en Egipto se consiguió a escala industrial lo que nosotros no podemos realizar ni siquiera a nivel artesanal.
Por tanto, más que en labradores debemos pensar en una industria lítica imposible para unas gentes que sólo poseían herramientas de cobre y desconocían la rueda o la polea. Pero si algo contradice la teoría oficial es, sobre todo, la técnica aplicada en estas construcciones, que aún hoy resulta desconocida para la arqueología.
Si hacemos caso de las tesis oficialistas, por lógica deberemos pensar que es muy probable que los canteros de Abusir fueran los mismos –o sus alumnos– que los que erigieron las construcciones de Giza. Entonces, ¿cómo es posible que en tan breve período de tiempo perdiesen los conocimientos propios de su oficio?
Bien es cierto que, en lo que a los fondos y el tiempo necesario se refiere, no es lo mismo alzar una pirámide de 15 metros de altura que hacer una de 150 metros. Sin embargo, resulta lógico pensar que la pericia de unir dos bloques debería ser técnicamente la misma en ambos casos. Podríamos creer –como hace la arqueología oficial– que, efectivamente, los faraones de la V Dinastía no dispusieron de la mano de obra multitudinaria y los fondos con que se contó para los proyectos de Giza. Pero lo que resulta ingenuo es pensar que tampoco pudieron contar con los especialistas –y las técnicas utilizadas por éstos– encargados de erigir aquellas magníficas construcciones. Entonces, ¿cómo se explica que entre los bloques de Giza no quepa ni una cuchilla de afeitar, mientras que en los de Abusir (supuestamente inmediatamente posteriores) se puede introducir tranquilamente un dedo, cuando no la mano entera? No parece, cuando menos, lógico.
LA EXTRAÑA RELACIÓN ENTRE EL TEMPLO DE SAHURE Y LA GRAN PIRÁMIDE
Userkaf, el primer faraón de la V Dinastía, inmediatamente posterior a los grandes reyes de la IV, se hizo construir su pirámide en Sakkara. Ninguno de los bloques de esta construcción –que carece de revestimiento alguno– supera la media tonelada y su altura debió resultar irrisoria para un pueblo que, supuestamente, había visto levantar las obras de Giza. A menos que el orgullo del faraón no se sintiera resentido por saber que, en realidad, las grandes pirámides no fueron alzadas por los egipcios.
Lo más significativo de las pirámides egipcias es el hecho de que, mientras en el interior de las construidas durante la III, V y VI Dinastía se han encontrado restos de ceremonias e inscripciones jeroglíficas que las sitúan en el contexto histórico del Antiguo Egipto, en las de la IV Dinastía no existe el más mínimo dato que resuelva su origen. Pero, además, dado su elevado nivel tecnológico, estas construcciones resultan absolutamente anacrónicas si hacemos caso de la arqueología oficial cuando asegura que fueron erigidas durante la IV Dinastía.
Hace varios años que el Ministerio de Antigüedades Egipcias está efectuando trabajos de desescombro y restauración en Abusir. Todas las construcciones de la zona, realizadas durante la V Dinastía, no son hoy más que informes masas donde se mezclan la piedra y la arena y cuyos perfiles originales hay que “intuir”. Todas menos el templo del faraón Sahure, adosado a su pirámide, que alberga otro de los grandes misterios de Egipto, pues presenta en su construcción elementos que resultan, una vez más, anacrónicos para la época en que supuestamente se erigió, elementos que, además, le relacionan con la Gran Pirámide.
En la Gran Pirámide los arqueólogos no han encontrado restos de templo alguno adosado a ella. Algo que resulta inexplicable, pues el resto de las pirámides similares a ella –las de Snefru, Kefrén y Micerinos– sí los poseen. Es lógico suponer, por tanto, que Keops –supuesto artífice de la Gran Pirámide– siguiera la tradición de su padre. Por tanto, debió erigir, o apropiarse, de construcciones anejas a la pirámide destinadas a ser recinto de su propio templo. Pero de ello no queda rastro alguno. Pues bien, lo más probable es que parte de este templo se encuentre diseminado por otras construcciones del Antiguo Imperio y, en especial, en el templo de Sahure. Hay datos que así lo apuntan.
EL ARTE DEL EXPOLIO
Sahure debió expoliar el templo de Keops en beneficio propio. Y lo peor es que con ello instauró la costumbre de destruir construcciones antiguas para que sus piedras sirvieran a los futuros edificios, pasatiempo muy popular entre los faraones del Imperio Nuevo. Éstos, no contentos con tales tropelías, llegaron incluso a tachar el cartucho del rey constructor para poner encima su propio nombre y, con ello, reclamar la autoría de la magna obra.
A Sahure también se le debe el origen del gremio de los “chapuzas”, críptica orden que se ha mantenido hasta nuestros días y que tiró por el camino de enmedio a la hora de ensamblar las piedras. Los arqueólogos egipcios han sacado a la luz lo que fue la entrada del templo de este rey, cuyos pasillos y principales salas se nos muestran tan sólo en sus primeras hiladas de bloques, ya que –justo castigo– el monumento sirvió de cantera a otros faraones que siguieron el ejemplo de Sahure con indudable sentido del humor.
Sus expolios consiguieron almacenar bloques de diferentes tipos de roca que fueron colocados siguiendo las instrucciones de un arquitecto seguramente ebrio. Algunos muros compaginan piedras de granito negro con caliza, adornados con incrustaciones de granito rojo. Los bloques, de distinto tamaño, configuran unas paredes precursoras del arte abstracto. Gran parte de los sillares se hallan labrados con muestras de su anterior utilidad, sirviendo sin embargo como dintel o para alojar una bisagra o cierre. Salvando estos pequeños detalles, el templo quedó concluido con unas cámaras ofrecidas a su nombre, Sahu-Orión, y una sala hipóstila realmente bella dedicada a su apellido, Ra-Sol.
LA TECNOLOGÍA QUE VINO DEL ESPACIO
La importancia del santuario de Sahure radica en que incorpora bloques procedentes de la Gran Pirámide, el monumento atribuido a Keops que posee una tecnología no superada por ningún otro. En dos rocas de granito rojo que se encuentran una en la entrada original y otra en el pozo de la Cámara del Caos, hemos hallado unas perforaciones o trépanos, de unos 15 centímetros de diámetro, de imposible manufactura. Fueron estudiadas por Petrie, quien llevó unas muestras a Inglaterra para ser analizadas por el eminente petrógrafo Benjamin Baker, el ingeniero de la antigua presa de Assuán.
Pocos se acercan a sus alrededores. Los guías y guardianes avisan al turista despistado que se adentra en sus dominios de la existencia de peligrosas serpientes que abundan en el área. Los más osados llegan hasta un punto en el que, mientras se preguntan dónde se encuentra la pirámide, descubren que la están pisando.
En los libros, esta pirámide aparece como la gran olvidada; como si se quisiera correr un tupido velo sobre lo que oculta en su interior. Porque el extraordinario valor de lo allí descubierto no fue lo que contenía, sino, curiosamente, lo que nunca llegó a encontrarse, poniendo de manifiesto uno de los mayores enigmas del Antiguo Egipto.
UNA TUMBA INVIOLADA QUE NO CONTENÍA NADA
Allá por el año 2600 a.C. el faraón Sekhemjet, de la III Dinastía, decidió construir –sobre la base de una cámara subterránea ya existente– la pirámide que contendría sus objetos personales de culto de vida y muerte. Con el paso del tiempo las piedras fueron desmembradas y lo que quedó del edificio se derrumbó. Sólo su interior permanecería intacto hasta que, en 1951, el arqueólogo Zakaria Goneim descubrió la entrada original.
Excavada en la roca de la base de la pirámide, encontró una cavidad que conducía a un pasadizo. Aunque despejarlo de escombros costó varios años, por fin pudieron llegar hasta la puerta de acceso a las salas subterráneas. Los sellos, que encontraron intactos, señalaban que la tumba no había sido violada, por lo que los investigadores pensaban que en su interior encontrarían todo aquello que, 4.600 años atrás, había sido depositado allí por sus constructores.
El doctor Goneim cedió el honor de dar el último martillazo al entonces ministro de Cultura egipcio, penetrando en el sepulcro el 8 de Marzo de 1954. El centro de la sala estaba presidido por un fabuloso sarcófago de alabastro pulido, alrededor del cual se hallaron restos de ajuar funerario y algunas joyas. Lo más emotivo fue que sobre el féretro había un ramo de flores marchitas, depositadas probablemente por algún miembro de la familia del faraón como último gesto de cariño en la despedida al ser querido. El entusiasmo se apoderó de los arqueólogos, ya que ¡por fin! –pensaban– se habían descubierto los restos intactos de un faraón del Imperio Antiguo.
El 26 de Julio del mismo año todo se encontraba preparado para abrir el sarcófago, que estaba realizado de una sola pieza y poseía una puerta vertical corredera en un lado. En el recinto se dieron cita autoridades y estudiosos, así como numerosos periodistas. Los focos iluminaron la estancia y los fotógrafos se dispusieron a inmortalizar el evento. Se introdujeron cinceles y cuñas por las ranuras, mientras que con cuerdas se procedió a izar la tapa. Los arqueólogos tenían preparados diversos compuestos químicos para administrar rápidamente a los restos que hubiera dentro, con el fin de preservarlos de la degeneración producida por el ambiente. Zakaria Goneim fue el primero que introdujo su cabeza por la abertura para descubrir, finalmente, que el interior estaba lleno de... ¡aire! Ningún objeto, ningún rastro de materia, ni una sola muestra de polvo... Los exámenes que se realizaron posteriormente demostraron que allí nunca había habido elemento orgánico alguno.
SOBRE LA AUTÉNTICA FUNCIÓN DE LAS PIRÁMIDES
La de Sekhemjet no ha sido la única pirámide inviolada que se ha encontrado en Egipto. Y, en el resto de las halladas en similares condiciones –hay más de 100 censadas–, tampoco se ha encontrado resto de faraón alguno. Un hecho que suele explicarse aludiendo a que, por temor a que se profanaran sus cadáveres, los soberanos gastaron gran parte de sus vidas y de sus bienes en construirse estos mausoleos para luego hacerse enterrar, en secreto, en otro humilde lugar. Otra explicación hace referencia a noveladas historias de saqueos y supersticiones que, sin embargo, adolecen de rigor histórico. Pese a todo, y basándose en tan débiles –y a veces inventados– argumentos, los egiptólogos e historiadores se han apresurado a difundir, como dogma de fe, que las pirámides son tumbas. Así podemos leerlo, al menos, en la mayor parte de las enciclopedias y libros de texto.
El problema estriba en que pretendemos dar explicaciones a las iniciativas constructoras de nuestros antepasados en base a los restos pétreos que se han conservado, ya que ni los relieves ni los papiros egipcios aclaran nada al respecto, mientras que los jeroglíficos guardan aún para nosotros muchos secretos. Por tanto, las interpretaciones están sujetas a error y, así, podría ser que las pirámides no fueran concebidas originariamente como tumbas.
Es cierto que en estas construcciones se desarrollaron actos relacionados con la muerte y la resurrección, pero nunca física, sino espiritual o psíquica. De hecho, todas ellas tienen un templo adosado de mayores o menores proporciones donde se celebraban los ritos que dieron la razón de ser a las pirámides, ya que todas ellas fueron concebidas con el propósito de complementar las ceremonias. Los templos de los edificios más modestos son hoy irreconocibles y existen muy pocos complejos que se hayan conservado más o menos intactos con el paso de los años.
CEREMONIAS MÁGICAS PARA PROLONGAR LA VIDA DEL REY
Uno de ellos es la famosa pirámide escalonada del rey Zoser, que, dominando toda el área de Sakkara, se encuentra situada cerca del mausoleo de Sekhemjet. Es muy probable que su impresionante patio de ceremonias anejo sirviera no sólo a Zoser, sino también a otros faraones que le siguieron en reinado. En este lugar se celebraba el ritual de Heb-Sed, la “Fiesta del Jubileo” del faraón.
De la interpretación de algunos jeroglíficos y representaciones se deduce que la Fiesta del Sed servía para prolongar la vida y el reinado del monarca por medio de ceremonias mágicas cuya práctica nos es desconocida. Según el profesor Edwards, jefe del Departamento de Antigüedades Egipcias del British Museum, el origen del Heb-Sed se remonta a épocas muy lejanas en las que los egipcios creían que la prosperidad del reino sólo podía ser asegurada por un rey que mantuviera intacto su vigor físico. La ceremonia tendría la finalidad de que el monarca pudiera recuperar su vigor de juventud, de forma que no hiciera falta reemplazarlo por un faraón más joven. Como la festividad podía durar meses, existía un pabellón, adosado al templo, habilitado como residencia del rey. Más difíciles de interpretar han sido el inmenso conjunto de corredores, cámaras, escaleras, etc. del atrio del Heb-Sed, aunque se puede afirmar que todos los explorados son idénticos, variando exclusivamente en función de su monumentalidad.
Aunque abundan los egiptólogos que siguen pensando que las pirámides son tumbas, hay otros muchos partidarios de la idea del cenotafio. Es decir, que estas construcciones habrían sido concebidas en realidad como monumentos funerarios para albergar las ceremonias de rejuvenecimiento del faraón, pero no su cadáver. Aceptada esta segunda posibilidad, la cuestión consiste ahora en valorar la naturaleza de ese “rejuvenecimiento” y su relación con la magia y la hechicería, prácticas en las que creían los egipcios, pero cuya eficacia hoy se pone en duda.
La primera fase del Heb-Sed consistía en la muerte ritual del faraón, quien era introducido en su sarcófago y colocado después en el interior de la pirámide, acompañado de las ceremonias de duelo que duraban varios días, como si de una muerte real se tratase. No se sabe cómo, pero el monarca soportaba esta larga permanencia dentro del féretro; es probable que para ello hubiera que administrarle alguna droga o someterle a algún estado de hipnosis, catalepsia o hibernación. Transcurrido el tiempo necesario, le aplicaban sustancias químicas desconocidas que, junto a las ceremonias mágicas, le hacían “resucitar”, “nacer de nuevo” para coronarse como rey.
En caso de que el sortilegio en cuestión no funcionara, se procedía a realizar los llamados “exámenes de juventud”. Así, existen representaciones del faraón corriendo con una trilla en una mano alrededor de un circuito a gran velocidad. Aunque no podemos adivinar en qué consistía la prueba, el hecho de que una de las salas del Heb-Sed estuviera dedicada al dios Min –divinidad de la fertilidad representada como un toro blanco con el falo erecto– indica que estaba relacionada con la virilidad.
Otro de los templos que contiene referencias a estas ceremonias es el de Dendera, donde se dice que estas celebraciones se remontan al tiempo de “los servidores de Horus”, es decir, a la época de los reyes predinásticos. Por su parte, la piedra de Palermo indica, asimismo, que Udimu, rey de la I Dinastía, protagonizó ceremonias parecidas de entronización y de vigor físico. En la citada roca hay seis signos jeroglíficos que significan “correr”. No cabe duda de que los rituales se desarrollaban ya en el Egipto predinástico.
EL AGUA Y LA GRAN PIRÁMIDE
Admitir la efectividad de estas ceremonias para rejuvenecer al monarca parece cosa de ciencia ficción; sin embargo, estudios recientes avalados por eminentes científicos arrojan algo de luz sobre este enigma.
Así, el profesor ruso Karl Sigmundovich Trincher, basándose en sus investigaciones sobre las propiedades –hasta ahora ignoradas– del agua, explica que este líquido es la sustancia con mayor poder dieléctrico conocida. La capacidad común es 10, pero el agua tiene 80. Esta cualidad origina múltiples anomalías que desafían las leyes de la Física y la Química. Si se tratase de un elemento normal, debería hervir a 230 grados bajo cero o contraer volumen tras su enfriamiento. Pero sus cambios de líquido a sólido o a gaseoso no tienen parangón en ningún otro elemento. Por otro lado, se sabe que el ángulo de las valencias del oxígeno es, en el agua, de 104 grados y, que, según demostró el Premio Nobel Limus Pauling, la molécula de agua no es H2O, sino un polímero constituido por cinco H2O colocados en los cinco ángulos de una pirámide de base cuadrada cuyo ángulo es de 52 grados. Es decir, idénticas proporciones a las de la Gran Pirámide, lo que convierte a esta construcción en el mayor monumento dedicado al agua en la historia.
LOS INCREÍBLES EXPERIMENTOS DE PICCARDI
El agua posee dos tipos de cristales: sólidos –los comunes, como los de la nieve– y líquidos. Pauling descubrió que estos últimos se ordenan cuando el agua se coloca en el interior de una pirámide. El comportamiento de estos cristales líquidos provoca fenómenos que fueron observados por el químico y físico florentino Giorgio Piccardi, cuyos resultados determinan los llamados Tests de Piccardi. El procedimiento es simple. En una probeta se coloca un precipitado lechoso, consecuencia de mezclar cloruro de bismuto con agua. Más tarde se observa cómo la sustancia más pesada comienza a separarse de la más liviana. Piccardi demostró que el tiempo que tardaba en tener lugar este fenómeno de precipitación variaba con las horas del día, con los meses del año e, incluso, con los ciclos solares de 11 años. Una de las pruebas realizadas por este experto consistió en comparar dos precipitados iguales, uno situado en el medio ambiente del laboratorio y otro protegido por un blindaje metálico hermético. El último decantó mucho más rápido debido a que el blindaje impedía que las ondas electromagnéticas del ambiente entraran en el tubo de ensayo. Por el contrario, en el caso del primero, las ondas mantuvieron la flotación de los coloides.
Aplicado a las pirámides, este experimento tiene, como veremos, resultados sorprendentes. Realizamos la prueba anterior con una solución de cloruro de bismuto en tres tubos de ensayo diferentes: el primero, sometido al medio ambiente normal; el segundo, protegido por una caja de metal blindada; y el tercero, situado bajo una pirámide de plástico. Añadimos agua a los tres tubos, con lo que se produce la hidrólisis (oxicloruro de bismuto), dando como resultado, de forma casi inmediata, una solución lechosa. Sin embargo, la decantación tendrá lugar en tiempos diferentes: tres minutos para el tubo sometido al medio ambiente, uno en el caso de la probeta blindada y ¡quince! cuando se trata del tubo colocado en el interior de la pirámide. Es decir, la solución “protegida” por la pirámide comienza a precipitarse cinco veces más tarde que aquella “abandonada” a las circunstancias del medio ambiente. Piccardi explica el fenómeno de la siguiente forma: en contacto con la energía electromagnética que llega desde el espacio, los coloides se mantienen en suspensión, mientras que en cualquier sustancia que se aisle de estas radiaciones los coloides se precipitan rápidamente.
Además, según Piccardi, las moléculas de agua funcionan como antenas que captan las radiaciones del Cosmos. Así se explica –dice– que la velocidad de decantación sea mayor en el mes de Abril que en Septiembre, ya que el movimiento de la Tierra en la galaxia es máximo en Abril y mínimo en Septiembre.
Como hemos visto, una pirámide retarda enormemente la floculación coloidal. En nuestra tecnología actual hay muy pocos medios capaces de provocar la liofilización de un coloide; entre ellos se encuentra la denominada goma arábiga, que prolonga el tiempo de suspensión de una solución coloidal. Fuera de estos métodos, sólo las pirámides funcionan como suspensores coloidales.
¿SON LAS PIRÁMIDES INSTRUMENTOS DE REJUVENECIMIENTO?
Pero hay más. Según la medicina, el envejecimiento está conectado a un proceso de floculación coloidal, es decir, que existe un espesamiento citoplásmico concomitante con el proceso de la vejez. Si, como hemos visto, una pirámide puede prolongar la vida útil de un coloide, también podría hacer lo mismo con la vida humana, constituyendo un medio idóneo para “alargar” la juventud.
Una teoría que está avalada por los estudios del biólogo ruso Trincher, quien ha logrado medir la neguentropía del agua intersticial de los glóbulos rojos. El envejecimiento es un aumento de entropía, un proceso que puede quedar anulado –o contrarrestado– por la acción de la antientropía o neguentropía. La teoría de Trincher conecta con la investigación piramidal porque, según el profesor, la neguentropía reside “en estados cristalinos metastables del agua”. Si ese proceso del agua se produce en el interior de una pirámide y si una creación de neguentropía es siempre un aumento de juventud, la pirámide, indudablemente, rejuvenece.
Muchos han sido los experimentos realizados en torno a la estructura piramidal de ángulo 51 grados 50 minutos (Gran Pirámide de Keops) y su influencia en los comportamientos de enzimas y hormonas. Los mejores de ellos se han llevado a cabo por parte del Instituto de Estudios Avanzados de Córdoba (I.E.A.), en Argentina, entidad pionera en las investigaciones físicas y biológicas relacionadas con el llamado “poder piramidal”.
Esta “energía piramidal”, que se manifiesta en múltiples aplicaciones, asoma de forma indiscutible –para escarnio de los escépticos– en el comportamiento de las enzimas, según se desprende de los experimentos realizados en el I.E.A. Los científicos del instituto pusieron un sustrato y una enzima en diversas probetas, unas arropadas por una forma piramidal, otras situadas en el medio ambiente. La enzima tiene la propiedad de acelerar diversos procesos de transformación química, ya que actúa como un catalizador. La pirámide, por su parte, actúa como “modificador” de esa capacidad. Así, por ejemplo, se pudo comprobar que la ureasa transformaba la urea en amoníaco con un 150 por ciento más de rendimiento si ambas sustancias eran colocadas bajo una pirámide de plástico de medidas proporcionales a las de la Gran Pirámide. Otros ensayos enzimáticos dieron como resultado rendimientos del 70 por ciento para la lipasa, que desdobla las grasas en ácidos grasos y glicerina; el 50 por ciento para la invertasa, que transforma la sacarosa en glucosa; el 42 por ciento –es decir, una disminución o bloqueo– en el caso de la amilasa, que desdobla el almidón en glucosa, y diversas alteraciones en otras enzimas como la catalasa, que demostró resultados irregulares.
No cabe duda de que si, por un lado, estamos llegando a ver algo de luz en los misterios del Antiguo Egipto, por otro surgen cada día mayores interrogantes. ¿Quién enseñó a los primitivos habitantes del Nilo ciencias tan desarrolladas? ¿Es posible que estemos ante lo que algunos investigadores llaman “ciencia biológica extraterrestre”?
Egipto está salpicado de antecedentes sobre datos concretos y logros a los que nuestra moderna tecnología aún no ha llegado. Astronomía, Arquitectura, Bioquímica, geometría espacial y un largo etcétera de materias que aparecieron de forma anacrónica y que, incomprensiblemente, se fueron olvidando con el tiempo. Los más desarrollados logros de aquella cultura se produjeron en sus comienzos, cuando el hombre, en plena Edad del Cobre, apenas acababa de abandonar el Paleolítico. Durante el Imperio Antiguo se elaboraron técnicas de todo tipo que sólo 200 años más tarde resultaron prácticas desconocidas, como si hubiesen muerto, o vuelto a sus orígenes, los seres que manejaron un saber todavía inexplicado.
Y después... la nada. El crecimiento cultural de Egipto sufrió las consecuencias de la pérdida de esos conocimientos superiores. Muchas de aquellas grandes experiencias fueron convirtiéndose, con el paso del tiempo, en meras supercherías y costumbres al uso que, simplemente, trataban de rememorar, sin conseguirlo, aquel pasado glorioso que –como todo parece indicar– vino de la mano de los dioses del espacio...
Localización: Abusir, El Cairo.
Antigüedad: V Dinastía (2458-2446 a.C.).
Tipo de Pirámide: Regulares curvas rectas.
SAHURE, CUANDO LOS HOMBRES NO PUDIERON IMITAR A LOS DIOSES
Las pirámides de Abusir se ven desde todos los lugares. Los millones de turistas que visitan Giza o Sakkara pueden divisarlas a lo lejos. Pero, aunque todos saben dónde se encuentra esta zona arqueológica, lo cierto es que sólo unos pocos han estado allí. Recortada en el horizonte, perdida en mitad de todos los sitios, sus piedras duermen el letargo del abandono. Es posible que fuera esa soledad lo que llevó a los faraones de la V Dinastía a elegir este lugar para elevar en él sus santuarios. Si fue así, consiguieron su propósito, ya que durante milenios sólo los chacales perturbaron el silencio de Abusir, pues los saqueadores prefirieron profanar otras necrópolis más ricas y el viento fue amontonando arena sobre tan enigmáticas construcciones.
Son muchos los misterios que quedan por resolver en Abusir. El primero de ellos es evidente: veinte años después de haber erigido las de Keops, Kefrén y Micerinos, a los egipcios se les “olvidó” cómo edificar pirámides. La arqueología oficial explica este enigma de forma, cuando menos, poco convincente. Durante el reinado de estos monarcas de la IV Dinastía –dice–, el pueblo vivió oprimido por sus gobernantes, obligado a dedicar todo su esfuerzo en amontonar bloques en su honor. Posteriormente, con la siguiente dinastía, los trabajadores volvieron a sus quehaceres habituales, por lo que los nuevos reyes no contaron ni con la mano de obra ni con los fondos necesarios, que sus predecesores se ocuparon en derrochar. Una teoría que, como vemos, no termina de explicar lo sucedido hace más de 4.500 años.
¿INVOLUCIÓN ARQUITECTÓNICA?
La perfección de las pirámides de Giza es de tal envergadura que, para acometer esta empresa, sólo puede pensarse en obreros especializados y no en cientos de miles de labradores privados de su forma de vida cotidiana. Veamos por qué. Los estudios realizados en los pocos bloques de revestimiento que quedan de la Gran Pirámide indican que sus seis caras, con más de 16 metros cuadrados de superficie, fueron terminadas con un error óptico de 0,05 milímetros por metro, lo que supone una perfección mayor que la conseguida en la lente principal del telescopio de Monte Palomar. Este ajuste óptico de caras y perfiles se realizó en los 27.000 bloques de revestimiento que conforman la obra. Es decir, en Egipto se consiguió a escala industrial lo que nosotros no podemos realizar ni siquiera a nivel artesanal.
Por tanto, más que en labradores debemos pensar en una industria lítica imposible para unas gentes que sólo poseían herramientas de cobre y desconocían la rueda o la polea. Pero si algo contradice la teoría oficial es, sobre todo, la técnica aplicada en estas construcciones, que aún hoy resulta desconocida para la arqueología.
Si hacemos caso de las tesis oficialistas, por lógica deberemos pensar que es muy probable que los canteros de Abusir fueran los mismos –o sus alumnos– que los que erigieron las construcciones de Giza. Entonces, ¿cómo es posible que en tan breve período de tiempo perdiesen los conocimientos propios de su oficio?
Bien es cierto que, en lo que a los fondos y el tiempo necesario se refiere, no es lo mismo alzar una pirámide de 15 metros de altura que hacer una de 150 metros. Sin embargo, resulta lógico pensar que la pericia de unir dos bloques debería ser técnicamente la misma en ambos casos. Podríamos creer –como hace la arqueología oficial– que, efectivamente, los faraones de la V Dinastía no dispusieron de la mano de obra multitudinaria y los fondos con que se contó para los proyectos de Giza. Pero lo que resulta ingenuo es pensar que tampoco pudieron contar con los especialistas –y las técnicas utilizadas por éstos– encargados de erigir aquellas magníficas construcciones. Entonces, ¿cómo se explica que entre los bloques de Giza no quepa ni una cuchilla de afeitar, mientras que en los de Abusir (supuestamente inmediatamente posteriores) se puede introducir tranquilamente un dedo, cuando no la mano entera? No parece, cuando menos, lógico.
LA EXTRAÑA RELACIÓN ENTRE EL TEMPLO DE SAHURE Y LA GRAN PIRÁMIDE
Userkaf, el primer faraón de la V Dinastía, inmediatamente posterior a los grandes reyes de la IV, se hizo construir su pirámide en Sakkara. Ninguno de los bloques de esta construcción –que carece de revestimiento alguno– supera la media tonelada y su altura debió resultar irrisoria para un pueblo que, supuestamente, había visto levantar las obras de Giza. A menos que el orgullo del faraón no se sintiera resentido por saber que, en realidad, las grandes pirámides no fueron alzadas por los egipcios.
Lo más significativo de las pirámides egipcias es el hecho de que, mientras en el interior de las construidas durante la III, V y VI Dinastía se han encontrado restos de ceremonias e inscripciones jeroglíficas que las sitúan en el contexto histórico del Antiguo Egipto, en las de la IV Dinastía no existe el más mínimo dato que resuelva su origen. Pero, además, dado su elevado nivel tecnológico, estas construcciones resultan absolutamente anacrónicas si hacemos caso de la arqueología oficial cuando asegura que fueron erigidas durante la IV Dinastía.
Hace varios años que el Ministerio de Antigüedades Egipcias está efectuando trabajos de desescombro y restauración en Abusir. Todas las construcciones de la zona, realizadas durante la V Dinastía, no son hoy más que informes masas donde se mezclan la piedra y la arena y cuyos perfiles originales hay que “intuir”. Todas menos el templo del faraón Sahure, adosado a su pirámide, que alberga otro de los grandes misterios de Egipto, pues presenta en su construcción elementos que resultan, una vez más, anacrónicos para la época en que supuestamente se erigió, elementos que, además, le relacionan con la Gran Pirámide.
En la Gran Pirámide los arqueólogos no han encontrado restos de templo alguno adosado a ella. Algo que resulta inexplicable, pues el resto de las pirámides similares a ella –las de Snefru, Kefrén y Micerinos– sí los poseen. Es lógico suponer, por tanto, que Keops –supuesto artífice de la Gran Pirámide– siguiera la tradición de su padre. Por tanto, debió erigir, o apropiarse, de construcciones anejas a la pirámide destinadas a ser recinto de su propio templo. Pero de ello no queda rastro alguno. Pues bien, lo más probable es que parte de este templo se encuentre diseminado por otras construcciones del Antiguo Imperio y, en especial, en el templo de Sahure. Hay datos que así lo apuntan.
EL ARTE DEL EXPOLIO
Sahure debió expoliar el templo de Keops en beneficio propio. Y lo peor es que con ello instauró la costumbre de destruir construcciones antiguas para que sus piedras sirvieran a los futuros edificios, pasatiempo muy popular entre los faraones del Imperio Nuevo. Éstos, no contentos con tales tropelías, llegaron incluso a tachar el cartucho del rey constructor para poner encima su propio nombre y, con ello, reclamar la autoría de la magna obra.
A Sahure también se le debe el origen del gremio de los “chapuzas”, críptica orden que se ha mantenido hasta nuestros días y que tiró por el camino de enmedio a la hora de ensamblar las piedras. Los arqueólogos egipcios han sacado a la luz lo que fue la entrada del templo de este rey, cuyos pasillos y principales salas se nos muestran tan sólo en sus primeras hiladas de bloques, ya que –justo castigo– el monumento sirvió de cantera a otros faraones que siguieron el ejemplo de Sahure con indudable sentido del humor.
Sus expolios consiguieron almacenar bloques de diferentes tipos de roca que fueron colocados siguiendo las instrucciones de un arquitecto seguramente ebrio. Algunos muros compaginan piedras de granito negro con caliza, adornados con incrustaciones de granito rojo. Los bloques, de distinto tamaño, configuran unas paredes precursoras del arte abstracto. Gran parte de los sillares se hallan labrados con muestras de su anterior utilidad, sirviendo sin embargo como dintel o para alojar una bisagra o cierre. Salvando estos pequeños detalles, el templo quedó concluido con unas cámaras ofrecidas a su nombre, Sahu-Orión, y una sala hipóstila realmente bella dedicada a su apellido, Ra-Sol.
LA TECNOLOGÍA QUE VINO DEL ESPACIO
La importancia del santuario de Sahure radica en que incorpora bloques procedentes de la Gran Pirámide, el monumento atribuido a Keops que posee una tecnología no superada por ningún otro. En dos rocas de granito rojo que se encuentran una en la entrada original y otra en el pozo de la Cámara del Caos, hemos hallado unas perforaciones o trépanos, de unos 15 centímetros de diámetro, de imposible manufactura. Fueron estudiadas por Petrie, quien llevó unas muestras a Inglaterra para ser analizadas por el eminente petrógrafo Benjamin Baker, el ingeniero de la antigua presa de Assuán.
Realmente no son perforaciones, ya que el objeto que las produjo era un
cilindro hueco que, tras introducirse en la roca, dejaba un tarugo en su
interior que luego era roto por medio de un golpe. Lo singular es que podía
apreciarse la capacidad de perforación y que ésta arrojó un resultado
desconcertante. En cada vuelta, el taladro se introducía 2,5 milímetros; sin
embargo, la dureza extraordinaria del granito rojo hace que, en la actualidad,
con nuestra más moderna tecnología, las puntas de diamante sintético sólo
penetren 0,05 milímetros por vuelta, 50 veces menos que lo logrado en la Gran
Pirámide. El diamante posee una dureza 10, mientras que la widia (carburo de
tungsteno) o diamante sintético tiene una dureza 11. No existe dureza superior
de forma natural en todo el sistema solar. Sir Benjamin Baker calculó que la
broca utilizada no podía tener una dureza inferior a 500. Un gran enigma estaba
servido, un misterio para el que la Ciencia no tiene explicación posible, ya
que no admite la existencia de herramientas procedentes de otro lugar ajeno a
la Tierra.
En el templo de Sahure, una de las brocas tenía 15 centímetros de diámetro, igual que algunas de las muestras encontradas en la Gran Pirámide. Otros trépanos de este templo poseen 2, 3 y 7 centímetros de diámetro. En el tanque de granito de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide podemos ver otras perforaciones realizadas con brocas de 1 centímetro de diámetro, que penetran en el granito con la misma facilidad que las grandes.
Es evidente que la increíble tecnología y conocimientos que poseía el pueblo egipcio en relación con la Astronomía, la Medicina, la Biología o la Geometría no pudieron ser adquiridos por su experiencia cultural. ¿Llegaron éstos del espacio?
CUANDO UNA IMAGEN DICE MÁS QUE...
Pirámide de Sahure - V Dinastía. Pirámide de Keops - ¿IV Dinastía?
¿Acaso tiene sentido? ¿No se nota demasiado la diferencia entre una original y una imitación?
En el templo de Sahure, una de las brocas tenía 15 centímetros de diámetro, igual que algunas de las muestras encontradas en la Gran Pirámide. Otros trépanos de este templo poseen 2, 3 y 7 centímetros de diámetro. En el tanque de granito de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide podemos ver otras perforaciones realizadas con brocas de 1 centímetro de diámetro, que penetran en el granito con la misma facilidad que las grandes.
Es evidente que la increíble tecnología y conocimientos que poseía el pueblo egipcio en relación con la Astronomía, la Medicina, la Biología o la Geometría no pudieron ser adquiridos por su experiencia cultural. ¿Llegaron éstos del espacio?
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Pirámide de Sahure - V Dinastía. Pirámide de Keops - ¿IV Dinastía?
¿Acaso tiene sentido? ¿No se nota demasiado la diferencia entre una original y una imitación?
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